El día en el que el cielo estalló, la gente se estremeció de pánico y la Meiga Maruxa [1] hizo su fatal predicción, amaneció como uno más entre tantos de verano: azul nítido sin el más leve desaliño, mota o desventura.
La gente trabajaba como burros de carga, los burros como carros de bueyes y los arados de madera se abrillantaban con el roce [2], mientras recorrían incansables las fincas de un extremo al otro. Era menester hacer rápidamente la tarea de la jornada y de la siguiente; la gotosa pierna del abuelo Jaime había anunciado que pronto, a más tardar al día siguiente por la tarde, habría agua, y era mejor no pensar en los efectos del agua sobre la hierba lista para ser segada. De cualquier forma los Seoane eran la familia más adinerada de la aldea de Ulleiro, correspondiente a la Parroquia de Villauxe, del Municipio de Chantada [3], con su yegua, dos burras, veinte vacas (tres de las cuales a punto de parir), cinco puercos, diez gallinas y pollos y quince conejos. Pero a la hora de poner el lomo en el campo estas diferencias cesaban porque desde el abuelo Jaime hasta la pequeña Águeda de cinco años todos tenían una o varias tareas asignadas. La familia rogaba para que los becerros a nacer fuesen hembras y si venían mellizas, mejor aún; el destino del macho en las demás especies distinta de la humana era fatídico: indefectiblemente lo aguardaba la olla, la sartén o el horno.
La abuela Argentina rezaba con más ahínco que nunca, de mañana, a media tarde y por la noche, apretando su rosario con tanta fuerza que la marca se había hecho perpetua. Y no era de extrañar pues había sorprendido a la María de los Hernández (la hija del Santiago, ese envidioso que había venido desde la Barrela a instalarse en la aldea para desgracia de todos) contemplando atentamente a las vacas preñadas.
Esta sí que era una calamidad. Aun cuando la rapaza sólo tuviese quince años nadie ignoraba que, una semana antes, había estado mirando a las de los Cortiñas y a la mañana siguiente no quedaba ninguna en pie pues los lobos (según decían los escépticos, entre ellos el Jaime) habían dado cuenta de todas con desprolijidad. Dios sabía que lobos no quedaban desde que se había organizado la batida de hacía dos meses, en la que habían exterminado a aquella depredadora manada que había devastado la zona. Además, ¿qué lobo iba a matar cinco vacas y dejar carne por todos los sitios? No, señor, eso no era obra de un lobo sino del Demonio, a través de los vengativos ojos de esa muchacha. ¿Por qué no decirlo en cristiano? Mal do aire, meigallo o malos ollos y punto, sí señor.
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El Camino de Santiago.
Historical FictionEl dieciséis de julio de mil novecientos treinta y seis, día en el que el cielo estalló, la gente se estremeció de pánico y la Meiga Maruxa hizo su fatal predicción, amaneció como uno más entre tantos de verano: azul nítido sin el más leve desaliño...