—Un poco más que ya llegamos —animó el anciano a Deborah mientras subían la pendiente—. Un último esfuerzo, filliña.
—¡Mis pies! ¡Jolín! ¿No te duelen los pies, Argie? —y, mirando hacia abajo, ella se quedó como hechizada—. ¡Qué belleza el paisaje, corta la respiración!
—Efectivamente, bello sí que lo es... Bello, bello... Pero no me duelen los pies, filliña. Doler no duelen. Las botas oficiales del camino no dejan que duelan. Son muy cómodas.
—¿Botas del camino? —se sorprendió la chica.
—Sí, las comprara en Monforte antes de salir para Roma.
—¡Yo te mato, hombre! ¿Recién ahora me lo decís? Me podías haber evitado las llagas de los pies, Argie.
—Me olvidara, filliña, no se me enoje...Ahí tienes, Nogueira. La ribeira de los Regueiro.
—La vista de Os Peares es grandiosa... Y ahí la Ribeira Sacra, ¿verdad? —manifestó, señalando la orilla de enfrente.
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El Camino de Santiago.
Historical FictionEl dieciséis de julio de mil novecientos treinta y seis, día en el que el cielo estalló, la gente se estremeció de pánico y la Meiga Maruxa hizo su fatal predicción, amaneció como uno más entre tantos de verano: azul nítido sin el más leve desaliño...