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Tu recuperación había sido muy buena.
Habías aumentado de peso considerablemente, no te veías tan pálida como antes y tu cabello lucía mucho mejor.
Ya te vestías y duchabas por ti misma.
Comías todo lo que te preparaba.
Sin embargo, no decías nada.
Nunca hablabas.
Lo único que hacías era observar.
Todas las noches te subías encima de unas pequeñas cajas para contemplar la luna por la pequeña ventana del sótano, y yo estaba ahí, observándote desde la cama.
Permitías que te abrazara y escondiera mi cara en el hueco de tu cuello.
Al parecer, ya no te asustaba tanto como en un principio lo hacía.
No me temías.
Te volviste muy serena y callada, mucho más callada que antes.
Oh, Daisy...
Estabas tan absorta en tus propios pensamientos que ya no sabía qué pensar.
