Capítulo 18: Unos cambios, y otros no.

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Los últimos meses habían sido de lo más agitados de mi vida.

   No recordaba mucho sobre ellos y para mi bien tampoco quería hacerlo.

   Había sufrido una depresión un poco más fuerte de la que había experimentado al morir mi mejor amiga, Estefanía, en la cual sólo recordaba pocos fragmentos de las discusiones con mis padres y mi intento de suicidio.

   Sí, intento por suerte.

   No recordaba muy bien las cosas que sucedieron cuando me enteré que mis padres me llevarían a Londres. Solo sabía que las cosas se habían puesto de mal en peor.

   Actualmente contaba con un psicólogo al que concurria dos veces a la semana.

   No hacia falta mencionar que había perdido un año de colegio por los altos y bajos (más bajos).

   Me había independizado de mis padres y vuelto a Buenos Aires cinco meses después de mi partida, había pasado las fiestas con la familia de Matias, la cual me había recibido con los brazos abiertos.

   No tenia el valor de volver a enfrentarme a Nathan y todavía no lo hacía, sabía que iba a llegar el momento pero por ahora prefería dejar las aguas calmas debido que la ruptura no quedó en buenos términos. Lo pensaba todos los días y cada vez que me decidía a ir, llegaba hasta la esquina de mi departamento.

   Matias me había insistido varias veces en o que siguiera adelante o me presentara en su casa y le diera una "pequeña sorpresa" como decía él, pero yo no me podía decidir por ninguna, de pensarlo tantas veces ya me hacía doler la cabeza.

   Tampoco tenía una buena relación con mis padres, quienes se opusieron a mi viaje de regreso, por lo tanto tuve que recurrir a un abogado al ver que no me iban a dar el "Si" y los dos meses posteriores me marché con mis padres enojados conmigo y jurando no dejarme herencia. No me importaba, no era feliz allí y con lo que me había dejado mi abuelo antes de morir bastaba.

   Básicamente era Matias y yo contra el mundo. Bueno, no tan así.

   —¿Vamos a hacer algo esta noche? —pregunto Matias.

   Ambos habíamos salido a caminar, no porque nos encontráramos en mal forma —porque si en algo coincidamos es en que éramos unos fideos—, sino por el hecho de que a ambos nos juntaba el deporte.

   —Claro, si quieres ir a mi casa no tend...

   —Necesitas salir, Nat —me interrumpio—. Salir a un boliche.

   —No. Sabes que no me quiero topar con Nathan bailando con una zorra —conteste, doblando en la esquina.

   Matias me miro seriamente, pero no dijo nada.

   —No te enojes —dije dándole un pequeño empujon que ni lo movio.

   —Natalia, entiende que salir de noche y cruzartelo en un café tienen las mismas probabilidades. Además de que Buenos Aires es enorme.

   —Son medidas que quiero tomar —conteste—. ¿Entramos?

   Con la cabeza señale un pequeño bar para adolecentes. Él asintio.

   Caminamos hasta el lugar y entramos, nos sentamos en una de las mesas del fondo que daba justo a un gran ventanal y esperamos al mesero.

   Si había algo que me encantaba es que se asemejaba a los años 80's.

   —Podríamos irnos de viaje antes de que comiencen las clases de nuevo —sugirió Matias un rato después con su café frente a él.

   Era una buena idea, despejarse le vendría bien.

   —¿Dónde?

   —Fue un comentario, a decir verdad dudaba que aceptaras.

   —¿Qué te parece Carlos Paz?

   —Me gusta más en invierno.

   —¿Qué me decís de París?

   —Te fuiste lejos y no, eso es para enamorados.

   —¿Brasil?

   —No entiendo su idioma.

   —Eres como un niño, nunca te conformas —comente molesta de que ninguna de mis opciones le gustaran—. Elegiras tú el lugar, porque yo te mataré en el intento entonces.

   —Muy bien —contesto cauteloso, tomo un sorbo de café.

                            • • •

Me despedi de Matias al salir del local, lamentaba que no coincidiamos para volver cada uno a su casa, mire el reloj de mi muñeca y todavía faltaba para anochecer.

   Iría a comprar las cosas que necesitaba en un super de paso al departamento y de ahí volvería a mi casa.

   A la soledad de mi casa.

   Quizás sería mejor tener un perro, nunca venía mal un canino correteando de aquí a allá.

   Podría conseguir uno en una protectora o una perrera, también tenía que mudarme si conseguía compañía, en mi departamento estaban prohibidos los animales a no ser un pez y necesitaban un patio, no una terraza donde se caerían apenas al asomarse.

   Tome mi celular decidida a buscar a mi nuevo compañero, y entre a Facebook.

   Estaba concentrada buscando, que no noté cierta motocicleta doblar en esquina.

   Me percaté de ella cuando sólo me encontraba a centímetros de aquel objeto, se escucharon los frenos chillar.

   Estaba asustada, totalmente blanca seguramente y con una mano en el pecho por el susto. El motociclista se había quedado inmóvil, como si fuera un maniquí de una tienda no podía ver su rostro, era el típico adolescente rico con la motocicleta de última generación y casco de lo más producido.

   Respire hondo.

   —Podrías mirar cuando doblas, ¿lo sabes? Puede que no sea toda tu culpa pero...

   Mientras hablaba él se había bajado, se quitó el casco y me miro a los ojos.

   Nathan.

   —¿Natalia?

   —Hola, Nat —saludé, sin saber que decir.

Enemigo a la vista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora