Capitulo 7

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La orden era lo único en lo que podía pensar. Comencé a ojear el libro que Baldazare me había entregado. Quería comprender, cómo eran las piedras de los maestros elementales y cómo funcionaban. El libro comenzaba explicando que las piedras canalizaban la energía de los elementales uniéndose a la energía para tener más control sobre la energía elemental. Las piedras estaban unidas el alma de cada maestro y canalizaban la energía que fluía a través de él. El libro describía las piedras como un pedazo materializado del alma de cada maestro. Una de las páginas se encontraba doblada a la mitad. En ella, había un encantamiento que utilizaban para despertar la energía de las piedras. Leí en voz alta el encantamiento y una suave luz blanca comenzó a salir de mi pecho. El collar de mi madre había comenzado a brillar. En una fracción de segundos, vi el rostro de cientos de personas pasar frente a mis ojos. Todo se volvió negro y perdí el balance cayendo de rodillas en el suelo. El aire se sentía difícil de respirar, todo daba vueltas en mis ojos. Esperé que pasara el mareo y caminé hasta mi habitación.

En la mañana, salí a buscar a Baldazare al templo. Si alguien podía explicarme lo que había sucedido era él. A fin de cuentas, él fue quien me entregó el libro y algo me decía que también tenía algo que ver con la página doblada. Busqué por todo el templo, pero no había rastro de él por todo el lugar. Esperé sentado en el templo por varios minutos acumulando interrogantes en mi cabeza y atormentándome con la angustia de no saber lo que sucedía.

«Quizá un paseo por la ciudad me ayude a calmar la ansiedad» pensé con la esperanza de distraerme un poco. Compré unas uvas en el mercado y continué mi paseo por la ciudad.

―Eleazar, que gusto verte― dijo Luciano acercándose―. Te ves algo diferente hoy ¿estás bien?

―Sí, no podría estar mejor ―mentí.

―¿Estas ocupado? ―preguntó.

Le respondí que no y continuó caminando a mi lado. No era un tipo tenebroso, una vez lo conocías. La última vez que hablé con él me había dejado con la impresión de que sabía algo sobre la muerte de mi padre.

―Tenemos una conversación pendiente ―comenté.

Luciano asintió con una sonrisa y me invito a acompañarlo. Nos dirigimos a la salida oeste de la ciudad, donde se encontraban los campos de siembra. Caminamos por unos minutos por el pedregoso camino. Todo estaba rodeado de enormes campos llenos de cosechas listas para recoger. Llegamos a un grupo de casas muy humildes que me recordaba la vida en Erena.

―Estas son las casas de los trabajadores de los campos de siembra― explicó Luciano. Había pequeños grupos de casas como este, entre cada campo. Un grupo de niños nos recibió con una celebración de risas y gritos. Al parecer Luciano era muy querido en estas partes de la ciudad. Uno de ellos tomó a Luciano de la mano, separándolo del grupo y le dijo algo al oído.

—Sígueme —dijo Luciano mirándome.

El niño nos llevó hasta una de las casas al final del camino, donde nos esperaba una mujer como de unos treinta años y un rostro cansado que le duplicaba la edad. Tenía una niña como de unos siete años, y llevaba varios días enferma. Luciano se acercó a la niña colocando su mano en la frente. Casi instantáneamente, una luz blanca en forma de hilos comenzó a correr por las manos de Luciano hacia la niña. Luciano me echó una mirada y la niña despertó. Sacó un frasco de vidrio que traía en el bolso y se lo entregó a la mujer. El rostro de Luciano lucia pálido y su semblante había cambiado.

—¿Te sientes bien? —pregunté.

Asintió con la cabeza y nos marchamos de la casa. Salimos del lugar y nos sentamos en un tronco que había en la orilla del camino.

Agvar :La orden de los guardianes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora