Cometemos el particular error de querer definir los sentimientos con nombres y quedamos ligados a algo que no hace más que encerrar posibles. Por ejemplo, la emoción. Estar emocionado puede ser difícil como entender que tu nombre no lo elegís, desgarrador como no poder entender la inhumanidad, angustiante como olvidar. Pero también puede ser abrazador como el polvo que se forma entre los rayos que se filtran por la ventana, liberador como escuchar música con los ojos cerrados y alegre como un día de lluvia.
Todo, absolutamente todo eso a la vez.