Volvió a mirarse las manos manchadas con barro y observó frágil a su abuela sin saber qué responderle. La señora se detuvo con los brazos cruzados en un ademán severo, como si estuviese viendo a su hijo Mariano a través de su nieto. Solo Mariano, pensó. Ni Ricardo ni Sandra le llegaban a los talones. Y eso que lo intentó. Intentó amarlos a los tres por igual pero Mariano padecía de un magnetismo insoportable, a tal punto que llegó a pensar en la posibilidad de sacrificar a sus dos hijos por la eterna existencia de su hijo predilecto. Que Dios la perdone pero era un pensamiento de esos que no abandonaba y no porque no pudiese sino porque simplemente no quería.
Filiberto tosió. Su abuela alcanzó el trapo con el que había limpiado los restos de la mesa y se lo paso por las manos pequeñas y manchadas. Le sacó la campera porque adentro la calefacción hacía de las suyas. Pensó en bajarla pero el calor era lo único que la animaba y ya no tenía a nadie con quién discutirlo. Expresó sus angustias con un suspiro calmo.
Filiberto subió las escaleras a pequeñas zancadas y corrió hasta el baño donde la bañera se estaba llenando. El sonido continuo la dio la sensación de música y se acercó a la canilla para dejarse ensordecer. No quería sonreír pero un suspiro parecido al de su abuela le devolvió la atención. Se desnudó tan rápido que ni pasó el minuto. Flotaba. Se sentía a gusto cuando flotaba. Le gustaba imaginar que podría llegar a lograrlo en el cielo algún día y más ahora. Le llenaba el vacío con algo parecido a la esperanza. Sus dedos se sacudían entre pequeñas olas cuando se le ocurrió cerrar los ojos. A veces le daba miedo imaginar con los ojos cerrados, sobretodo cuando estaba flotando. No solo se sentía más vulnerable que nunca, desnudo y ajeno a la realidad sino además, creía fervientemente que el agua tenía el poder de hacerlo desaparecer. Claro que no lo pensaba así, ¿qué saben los niños sobre identificar y describir los temores? Para él era algo así como descuidarse por estar cuidándose tanto, más parecido a cuando buscaba algo y no lo encontraba.
Abrió los ojos obligándose a creer que había pasado mucho tiempo para ignorar el miedo que le daba no hacerlo. Para sentirse apoyado por esta idea, observó sus dedos arrugados. Ya era hora de salir. Aliviado, sacó el tapón y se envolvió en la toalla limpia.
Procuró secarse los pies antes de echarse a correr por el pasillo y una vez dentro de su habitación se detuvo frente a la cama azul marino. El traje negro de mínimo tamaño yacía impecable junto a la corbata del mismo color. Siguiendo la misma línea imaginaria hacia abajo, estaban los zapatos que hacían juego y encima, un par de medias blancas. Decidió que las blancas eran demasiado aburridas así que abrió su cajón para sacar un par rayadas. Se las puso antes que cualquier otra prenda ya que le causaba gracia verse desnudo con medias, pero hoy no lo sintió agradable sino casi un contratiempo evitable.
Aprovechó que su abuela no estaba para salir a jugar un rato afuera ahorrando así, una discusión evitable. Eso si, se puso la campera y el gorrito de lana naranja. Lo que menos necesitaba era un resfrío. Una vez afuera imaginó saltar una rayuela casi infinita entre cerámicas y pastos pero frenó en los abedules, creyó ver algo brillar abajo de la tierra. Guiado por su curiosidad no dudó en meter una mano y luego la otra. Sus dedos se entremezclaban entre la tierra húmeda y fría cuando se le ocurrió cerrar los ojos. Quizá así se podía concentrar más y podía encontrarlo. Aún con la mirada completamente a oscuras tendió un poco más los dedos para sentirse completamente abismado por una corriente de barro que lo abrazaba atisbando un espacio sin lugar para inseguridades. No era como flotar pero quizá si, más agradable. El miedo de no encontrarse no lo sentía.
Era un vacío seguro.
Un grito que cantó su nombre lo levanto del hueco donde creyó pasar una eternidad. Miró sus manos sucias y luego el cielo a donde ya no tenía tantas ganas de ir. Por ahí abajo también flotan, pensó para intentar decidir pero sabía que tomase la decisión que tomase, no iba a poder arrepentirse. Ya no tenía más tiempo para cerrar los ojos. Su vida ya había pasado.
¿Estas listo? preguntó la abuela con los ojos llenos de lágrimas pero Filiberto no podía dejar de pensar en lo desorientado que estaba. De a momentos sentía que su papá habitaba adentro suyo y de a otros que su papá era él mismo. No sabía cómo explicarlo y menos como concebirlo en un pensamiento completo. Había algo extraño que se hacía cada vez más presente pero sabía que la señora no iba a esperar. Quizá después de todo si era su madre y no él había muerto...o quizá en su vida pasada había sido un gato y antes de terminar de morir en el mundo real debía decidir dónde iba a caer muerto. Claro que no lo pensaba así, ¿Qué saben los niños sobre vidas pasadas?
Para él era algo así como una punzada de temor, más dura que cerrar los ojos y flotar al mismo tiempo.