Llovía copiosa e intermitente, como un lienzo acomodando sus coordenadas un par de sus veinticuatro cuadros por cada segundo transitado. Era tarde y domingo, esa combinación que hace del subte un escenario espectral y húmedo.
São Paulo brillaba en las frentes acaloradas de su publico. Bajo la mía y la siento entre mis dedos. Suspiro perdiendo las ganas de quejarme, otra vez.
Esperando el tren somos pocos. Él se aleja para husmear el mapa que ya tenía memorizado. No entendí bien porque pero no quise preguntar. Todo parecía ir así en mi vida últimamente. Directa y únicamente dirigida a una inacción permanente y poco dócil.
Todavía no levantaba la vista cuando vi un par de piernas corretear entre mi cuerpo y la unívoca línea amarilla. Sus voces eran roncas y falaban. Digo falaban y no hablaban por ningún motivo en particular, solo que falar parece ir más de acorde al tipo de conversación que recuerdo o imagino.
Tenté mis ojos a seguirlos hacia la derecha pero en medio de la mirada alzada una voz femenina me incitó la izquierda. Ahí estaban.
Eran cuatro adolescentes, quizá siete, seguro ocho y al menos seis años menores que yo.
Tenían el pelo de distintos largos pero todos sueltos, inmóviles ahora entre tanto encierro veraniego pero no costaba imaginarlos volátiles y libres. A pesar del clima no noté más brillo ni ropas extrañas sino las típicas ropas básicas de verano que suelen usar las chicas adolescentes. Pantalones cortos y remeras. Lo que si me llamó la atención y me incitó a no alejar la vista después de toparmelas fue lo cerca que estaban una de la otra. Más bien, las parejas. Dos en dos, frente a frente, sonriéndose y hablando como si estuviesen completamente solas. Sonreí para mis adentros, como siempre hago imbecilmente cuando veo parejas de mujeres jóvenes o adolescentes. Es un sentimiento que no puedo explicar pero se parece mucho a una felicidad de esas cuando te encontrás con algo que creíste haber perdido hace mucho tiempo.
Después de esos obvios segundos corrí la vista obligándome a no pispear mas, pero como quien quiere la cosa volví a espiarlas una o dos veces más.
Fue en mi último vistazo que vagaba entre el tiempo de espera al próximo tren que unas cinco figuras más se sumaron a la escena. No eran chicas sino chicos, más bien niños adolescentes. Correteaban al rededor de las cuatro, acercándose lentamente entre burla y risa. A mi mirada se le sumó mi atención afilada y no deje detalle librado al azar para descodificar lo que estaba pasando. Las estaban acosando. Una de ellas pidió respeto y uno de ellos levantó su mano y la pasó a dos centímetros de su cara mientras reía con su mirada fijada en ella. Mientras, no dejaban de abrazarse. Ya la distancia era más corta y mis pasos se agigantaban a cada pequeña risa. El tren se arrumó a la estación mientras extendí mi mano y las empujé hacia mi. Las miré y denoté mi intención de ayudarlas. Era la más alta del grupo y me ocupé seriamente en parecer lo más adulta posible aunque sean solo años y un poco de información lo que nos separaba. En mi búsqueda de intimidarlos desvié miradas pero ahora me preocupaba él que no entendía que pasaba y me preguntaba alto sobre el sonido del tren. Las chicas ya estaban conmigo y nosotras ya estábamos lejos. Compartimos señas para que confirmar que estaban bien y entramos al mismo vagón. Él no paró de preguntar pero yo seguía ceñida a ese pensamiento que no paraba de crecer en mi mente hasta ocuparlo todo.
Sonreí, esta vez para afuera pero no porque estuviese feliz, todo lo contrario. Sino porque la ironía era verdad y con ella, todas lo éramos. En cualquier pretérito y en cualquier lugar. Al final estamos solas y listo. Siempre lo estuvimos, siempre lo vamos a estar.
Juntas y solas.