A veces me pasa olvidar que hay que actuar de cierta forma, decir y justificar de menos. A veces me pasa que siento cosas, que, como nadie más las habla, directamente no pasan. Otras veces tengo vergüenza de que alguien pueda leer mi inconsciente. Tuve sueños tan extraños y violentos que espero olvidarlos algún día. Siento que tengo que justificarme para desmentir una percepción falaz, encubrir la falta o el exceso, cada vez más.
Hubieron días donde lo importante era que pensaba el extremismo, no conocía las diferencias. Cada vez siento más intolerancia hacia ciertas personas, subordinados descerebrados y carencia empatizante.
En el imaginario colectivo hay algo roto, que suena cada vez que otro opina. Me retuerce todo, me genera odio trastocado saber que existo.
Todo está en potencia, todo me cuestiona y, lamentablemente, todo lo cuestiono.
No entiendo muchas cosas pero si hay algo de lo que estoy segura es que todos venden imágenes supuestas, escudos inventados para no ser masacrados como en una obra de arte vienés. El problema siempre es el otro, la falta siempre es interna. Restemos la encrucijada a una apuesta sin forma, podemos conocer todo lo que querramos. El único límite es el propio, y lo más irónico de todo, es que no existe. Es inventado, es social, es un medio de control.
Cada vez siento menos inestabilidad social, quizá me estoy acostumbrando a ser yo. Porque soy el enema de mi propia pesadilla.
Qué bueno que después me despierto y me olvido de haber soñado.