Elegir el camino es elegir el destino. Pero a veces pareciera que el camino ya esta debajo de nuestros pies, incluso antes de darnos cuenta que estamos andando.
Diario de GraceMi Historia comenzó en octubre de 1962, unos diez días antes del supuesto día del fin del mundo. Creo que la Crisis de los Misiles en Cuba nos llevó, como especie, más cerca de la extinción que nunca. Incluso de no haber estado frente a la inminente amenaza de la destrucción del planeta, las fiesta para mi familia pintaban bastante sombrías .
En noviembre de ese año mi madre nos avisó que esa sería una "Navidad al estilo Malasombraens", y no se refería a las de tipo festivo que incluyen cantantes de villancicos de juerga disfrazados con ropa del siglo diecinueve. Se refería al verdadero paisaje Malasombraensiano, con prisiones para los deudores y penurias.
Mi familia -Mis padres, mi hermano Joel de 10 años y yo- acabábamos de mudarnos de una zona residencial de Los Ángeles bordeada de palmeras, a un barrio en ruinas de Salt Lake City a unas cuadras de State, una calle llena de clubes nocturnos, bares, y casas de empeños.
Mi padre, un obrero de la construcción, había contraído el síndrome de Guillain-Barré,un grave trastorno que hace que el sistema inmunológico ataque ciertas partes del sistema nervioso. Al principio se le debilitaron las piernas, y durante varios meses quedo paralizado del cuello para abajo; los médicos advirtieron que si empeoraba, tendrían que conectarlo a un respirador. Afortunadamente la enfermedad no se desarrolló tanto. Dijeron que la buena noticia era que probablemente se recuperaría por completo, al menos en términos físicos.
Nuestra situación económica era otra cuestión. Lo primero que tuvimos que vender fue el automóvil, un Chevrolet Impala descapotable de 1961; un vehículo excelente incluso para los estándares de hoy en día. Lo que más recuerdo es olor de Vinilo rojo de sus asientos en los días de calor. Además tenía seguros eléctricos que Joel y yo subíamos y bajábamos hasta qué mamá nos gritaba que parásemos. Papá vendió el Impala, y lo sustituyo por una fea furgoneta de segunda mano que había sido de la compañía telefónica y que costó sólo 200 dolares.
La furgoneta era amarilla con anchas franjas marrones en los costados. Joel la apodo "la Abeja", lo que resulto ser apropiado incluso en otros aspectos además de la pintura. El motor de la furgoneta hacía un zumbido agudo y temblaba cuando circulaba a alta velocidad, especialmente cuando conducía mamá. Se habían eliminado los asientos traseros y no tenia ventanas laterales. Uno de los costados estaba cubierto de repisas metálicas, compartimentos y cajones para guardar herramientas y piezas eléctricas.
La situación empeoró. Para horror de Joel y mío nuestros padres decidieron mudarse. Mi abuela de Salt Lake City había muerto tres años antes y su casa quedó vacía. Mi madre y sus siete hermanos heredaron la casa y no se podían poner de acuerdo sobre qué hacer con ella. Se tomó la decisión de que podíamos ir a vivir ahí hasta que se llegara a un consenso, lo que al ritmo que iban las cosas, era poco menos probable de ocurrir que un hombre holocausto nuclear.
El día de la mudanza Joel y yo ayudamos a mi madre a cargar la Abeja. Algunos vecinos nos llevaron bizcochos de chocolate y limonada a modo de despedida y terminaron quedándose a echar una mano. Papá no hacía más que gritar órdenes desde la cama. Nos volvía locos, pero mamá decía que a él lo volvía loco sentirse tan impotente. Supongo que gritarnos lo hacía sentirse útil. Afortunadamente no nos quedaba mucho por empacar.
La abeja salió de la entrada de nuestra casa con muebles y maletas atadas al techo. Mi madre manejó todo el camino, el asiento del pasajero junto a ella iba lleno de cajas. Mi padre se sentó en un sillón reclina ble en la parte trasera de la camioneta, y Joel yo viajábamos sentados encima y en medio de cajas y bolsas, acomodándolas lo mejor posible para estar más cómodos.
El viaje parecía eterno mientras molestábamos a nuestros padres con los obligatorios "¿Cuánto falta?", y "¿Ya llegamos?" De haber conocido nuestro destino, tal vez nos nos habríamos quejado tanto del trayecto. Nuestro nuevo hogar era una estructura combada, infestada de ratas, que olía a moho y que parecía ser capaz de venirse abajo con un viento fuerte; eso de no haber sido por la cantidad de grietas en los muros que permitían que corriera el viento. Lo que quedaba de pintura en el exterior se estaba desportillando. Las habitaciones interiores estaban cubiertas de papel tapiz dañado por el agua casi por completo y con largas rayas de moho que bajaban desde el techo.
Pero para un par de muchachos de los barrios residenciales de California, no todo estaba tan mal. La casa se encontraba en casi cinco acres de bosque, y un arroyo con suficiente agua para flotar en una cámara de aire durante el verano bordeaba dos costados del terreno. Ese verano trepamos todos -y eran muchos- los árboles que valía la pena trepar. También apreciábamos los árboles por la comida que producían. Teníamos tan poco dinero que mi madre dejo de comprar lujos como las papas fritas y el helado y ahora sólo compraba alimentos básicos para el hogar como pan, mantequilla de maní, harina, y de vez en cuando lomo y cuello de res para la cena del domingo. Sin embargo, nuestros árboles se doblaban por la generosa cantidad de fruta madura. Había peras Barlett, manzanas silvestres, albaricoques, duraznos, ciruelas, cerezas Bing, manzanas red Delicious, y hasta un nogal negro. Cada día de ese verano comíamos fruta hasta llenarnos, lo que nos satisfacía, pero con mucha frecuencia también nos causaba diarrea.
Joel y yo pasamos ese verano juntos y solos. A Joel le encantaba el beisbol, así que jugábamos mucho a la pelota, aunque me molestaba que a pesar de ser cuatro años menor que yo lanzaba más rápido. También nos dedicamos a llevar acabo muchas torturas de insectos, del lado Este de nuestra casa, en la pendiente del sótano de las frutas, encontramos una loma llena de agujeros de hormigas león. Capturábamos hormigas y las lanzábamos a los agujeros, mientras observábamos cómo la hormiga león enterrada emergía de repente. Si nos sentíamos más intrépidos cazábamos saltamontes entre la alta hierba de los campos traseros y los encarcelábamos en un frasco de vidrio. Los sometíamos a un juicio por cualquier desliz -como saltos imprudentes o fealdad- y los ejecutábamos sumariamente, por lo general mediante muerte por roca o por un pelotón de balines. Todos los días hacíamos algo nuevo.
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Grace
RomanceCuando eran niños, la familia de Eric & Joel atravesó por una crisis que los llevó a abandonar su hermosa casa en California para habitar una vieja construcción en un barrio pobre de Utah. Los jóvenes hermanos conocerían ahí el amor, la solidaridad...