Grace

Capitulo Cinco

La escuela secundaria es la cloaca de la vida. 
Diario de Grace 

Se dice que los padres deben dar a sus hijos raíces y alas. Esa era la descripción perfecta de mis padres. Incluso en silla de ruedas, mi padre era un soñador con la cabeza en las nubes y mi mamá la raíz con ambos pies bien puestos en tierra firme, aunque temblorosa. Mi madre siempre tenía miedo de que no tuviésemos suficiente dinero, tenía miedo de que le fallara la salud, tenía miedo de que algo nos pasará. Prácticamente tenía miedo de la vida. Cuando enfermó mi padre, creo que fue por vindicarla que los dioses decidieron ir de verdad por nosotros.

Al poco tiempo de nuestra llegada a Utah, mi madre consiguió un trabajo de día como cajera en un supermercado Warshaw's Food and Drug. Su trabajo no pagaba mucho pero llegaba a casa latas de dañadas de comida y pan del día anterior, lo que aligeraba los gastos del supermercado. Durante años pensé que todas las latas de sopa venían abolladas. Durante casi toda su vida mi madre lucho contra la depresión, y nuestra situación no ayudaba mucho. La gente no hablaba mucho de la depresión en aquellos tiempos; en algunas religiones seguía siendo considerada un pecado. La ciencia ayudó a la gente a ser menos pecaminosa gracias a la droga maravilla Librium. 

Mi madre trabajaba todo el día, después llegaba a casa por la noche, física y emocionalmente agotada. Mi padre no hacía mucho más que andar alicaído por la casa, ideando planes para hacerse rico rápidamente mientras iba recuperando poco a poco el uso de sus miembros. Joel y yo aprendimos que si pasábamos mucho tiempo en la casa a papá se le ocurrían tareas para nosotros, así que pasábamos la mayor parte del tiempo escondidos en la casa club. Luego el verano llego a su fin.

La vida en la escuela superior era de competencia sucia. A pesar de que yo estaba en el noveno grado y en lo más alto de la cadena alimenticia,  no dejaba de ser deprimente. Yo no era grande como los deportistas, ni particularmente como los gienecillos. Tenía acné y un mal corte de pelo que,  cuando mi padre recupero el uso de sus manos, volvió a cortar con su maquina eléctrica Ronco. Los vándalos, que se reunían después de clases a fumar afuera de la salida norte de la escuela, me señalaron e hicieron a un mi vida aún más desgraciada. Me hacían tropezar, me tiraban los libros que llevaba en los brazos de un golpe y en general me acosaban y me humillaban. 

Y yo trabajaba en un hamburguesería que pagaba sesenta centavos la hora y me hacía de esa época de mi vida que valiera la pena recordar. Eso, hasta hasta que encontré a Grace en un contenedor de basura.  

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