No supe qué responder a eso. Me acordé de no haberla visto en clase durante unos días.
—¿Hace cuánto tiempo te fuiste?
—El lunes.
—¿Por qué huiste?
—Por gusto.
Comer de contenedores de basura no me parecía ningún "gusto".
—¿Por gusto?
—Sí, así puedo hacer lo que quiera. Quedarme tan tarde como quiera— frunció el ceño—. Todavía me estoy organizando.
—¿Y tus padres? —pregunté. Dio un sorbo con el popote.
—No les importa —dijo luego.
—¿Enserio?
—No le caigo bien a mi padrastro —se miro el relog, un Timex de hombre de correa expandible demasiado grande—. Es tarde. Será mejor que me vaya.
—Debo terminar de limpiar —dije yo—. Pero deberías terminar de comer.
—De acuerdo.
Me sorprendió ver que se terminara todo. Tiró la basura y puso la bandeja encima de las otras, luego fue hasta la cocina, donde yo limpiaba los mostradores de acero inoxidable.
—Gracias. Tal vez nos volvamos a ver.
—Espera un momento —llené una bolsa grande con las sobras de comida que solíamos tirar y se la entregué—. Puedes llevártelo para después.
Ella miró dentro de la bolsa.
—Gracias.
—¿Adonde irás ahora? —pregunté.
—No lo sé. Supongo que caminaré un rato —dijo encogiéndose de hombros.
—Se supone que esta noche nieva.
No dijo nada, sólo se quedó ahí con la bolsa de comida en la mano. No sé si fue por lo indefensa que se veía o lo bonita que me parecía, que en ese momento dije lo más alejado de mí y valiente que había dicho nunca:
—Puedes venir a mi casa. Vivo a seis cuadras de aquí. Para mi sorpresa, me pareció que de verdad lo tomó en consideración.
—¿Tus padres están en casa?—Sí —respondí rápido, pensando que no iría si no estaban.
—Será mejor que no vaya. Podrían llamar a alguien —dijo, frunciendo el ceño.
En eso tenía razón. A mis padres no les gustaba que nadie se metiera en sus asuntos y tenían la misma consideración con los demás. Estarían al teléfono con sus padres o la policía antes de que se quitara el abrigo. Pero no podía dejar que se congelara. Entonces se me ocurrió una brillante idea.
—Ya sé dónde puedes quedarte. Mi hermano y yo construimos una casa club en nuestro patio trasero. Probablemente haga frío, pero es mejor que nada.
—¿Una casa club?
—Sí. Es bastante grande. Mi hermano y yo dormimos ahí casi todas las noches del verano pasado. Tiene un colchón y todo.
—¿Estás seguro?—Sí.
—¿Nadie me verá?
—Nuestra casa tiene cinco acres de terrero y la casa club está muy en el fondo. No se puede ver desde la casa. No creo que mis padres siquiera sepan que está ahí.
—¿Tienen cinco acres? Deben ser ricos.
— Créeme,no lo somos.
—¿Estás seguro que tus padres no me verán?
—Mi padre no puede caminar y mi madre nunca salé al patio. Es el escondite perfecto.
—¿porqué no puede caminar tu papá?
—Tiene Guillain-Barré. Es una enfermedad que te paraliza.
—Vaya.
—Bueno, dicen que no siempre es permanente. Ahora ya puede caminar con muletas.
—Eso es bueno —dijo ella.
—¿Entonces vendrás?
—Está bien.
Salimos y cerré la puerta con llave. Había comenzado a caer una ligera nevada. Fui con mi bicicleta y la llevé empujando a mi lado mientras iniciábamos el camino a mi casa. Quería decir algo inteligente pero no tenía idea de qué podría ser. El silencio se volvió incómodo. Afortunadamente Grace era mejor que yo para hacer conversación.
—¿Y trabajas todas las noches? —preguntó.
—No. Por lo general sólo tres o cuatro veces por semana.
—¿Qué tal pagan?
—No muy bien —dije—. Es tan poco que debes verlo con un microscopio.
—¿Entonces por qué trabajas ahí?
—Por los sombreros, son geniales. Ella rió.
— Y porque puedo ir en bici al trabajo.
—Esa es una ventaja —dijo ella.
—Ya.
La caminata a casa nos tomó menos de diez minutos. Como de costumbre, todas las luces de mi casa estaban apagadas, salvo la de la sala y la del porche. Aún así la Luna estaba llena y su reflejo, brillante sobre la nieve, iluminaba todo el patio como si fueran los mismos cristales de nieve los que guardaran el resplandor. Nunca había llevado a nadie a la casa y de pronto me avergoncé de donde vivía. Una parte de mí quería seguir de largo, pero cuando se vive en una calle cerrada esa no es una opción.
—Esta es —dije. Eché un vistazo a Grace esperando una expresión de susto o por lo menos de lástima, pero si sintió alguna de esas cosas las disimuló bien— Era la casa de mi abuela. Es casi una choza.
—No está mal.
En realidad sonó sincera y eso me hizo preguntarme en qué clase de casa vivía ella. Me detuve a unos metros de nuestro buzón.
—Será mejor que guardemos silencio. A veces mi madre se queda a leer en la sala. Grace se acercó a mí. Pasamos por debajo del oscuro pabellón de olmos que bordeaban nuestra propiedad, andando cerca de la orilla de la entrada hasta llegar al garaje; las ruedas de mi bicicleta hacían mucho ruido. Encontré un espacio seco y apoyé mi Schwinn contra la pared del garaje.
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Aquí dejo el capitulo ocho de la historia de Grace, bueno chicos espero que les guste no olviden votar bonitos *-*
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Grace
RomanceCuando eran niños, la familia de Eric & Joel atravesó por una crisis que los llevó a abandonar su hermosa casa en California para habitar una vieja construcción en un barrio pobre de Utah. Los jóvenes hermanos conocerían ahí el amor, la solidaridad...