Capitulo Cuatro

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Hay una nueva banda de rock and roll llamada The Beatles. Me gusta su música. Creo que les podría ir bien.                                     Diario de Grace

 Ese verano tuve muchas preocupaciones. Me preocupaba que tuviésemos que vivir en ese barrio de mala muerte para siempre, y me preocupaba mucho el año escolar que se avecinaba. Había oído historias sobra las escuelas de los barrios pobres y vivía aterrorizado por la idea de cómo sería ir a una de ellas. También me preocupaba el dinero, o nuestra carencia de él. De vez en cuando Joel y yo tratábamos de ganarnos algo y recorríamos los alrededores buscando trabajo. Cortábamos el césped y hacíamos otros trabajillos, pero era un barrio pobre y no pagaban mucho. 

Una vez ayudamos a la señora Poulsen, una mujer de doscientos años (modo sarcástico) que vivía al final de nuestra calle, a limpiar su garaje. Ese lugar no había sido tocado en décadas, y la prueba estaba en el encabezado de un diario que tiramos que leía: LA GUARDIA ALEMANA INVADE POLONIA. Tardamos un día entero, quedamos sucios y agotados. Cuando terminamos el trabajo nos dio cincuenta céntimos a cada uno. Tuve que impedir que Joel arrojara las monedas a la puerta cuando ella la cerró. 

A pesar del día desperdiciado, surgieron dos cosas buenas de ese proyecto. Primero, nos hicimos con una vieja secadora de fruta. Era una caja de madera contrachapada con bandejas hechas de tela mosquitera que se deslizaban dentro, y la señora Poulsen nos hizo llevar a la esquina para que la recogiera la basura. Nos llevamos la secadora a casa en nuestra carreta y la metimos en la casa club. Funcionaba, así que empezamos a deshidratar albaricoques, que para nosotros eran tan buenos como cualquier dulce comprado en una tienda. Lo segundo fue que gastamos las ganancias del día en batidos, lo que condujo a mi empleo en McBurguer Queen. 

McBurguer Queen estaba localizado en la calle State, a unas seis cuadras de nuestra casa. El nombre del restaurante era obra del ingenio de mi jefe. Mi jefe, el señor malasombra (no lo digo de forma despectiva, ese era su verdadero apellido), creía que si combinaba los nombres de los establecimientos más exitosos de Estados Unidos, sacaría un provecho de miles de dólares de publicidad gratis y se haría rico. 

El Queen, como lo llamábamos los empleados era uno de esos sitios que tenía más cosas en el menú que un restaurante chino. Tenía sesenta tipos diferentes de malteadas, desde sabor saltamontes hasta enarcado con caramelo (mi preferido) y casi la misma variedad de opciones de comida, desde hamburguesas de pescado hasta tacos. Mi jefe también vendía suavizantes de agua y productos de la marca Amway, y se nos exigía que dejáramos un montón de folletos de ambos en el mostrador, junto a la caja registradora. 

El señor Malasombra no confiaba en nadie. Creía que John F. Kennedy, Martin Luther King y el Papa pertenecían a una organización secreta que conspiraba para reinar el mundo. También creía que todos sus empleados eran ladrones empeñados en comerse su inventario, lo que a veces era cierto, pero no tanto como el señor Malasombra imaginaba. Una vez, uno de mis compañeros de trabajo lo vio en el estacionamiento de enfrente espiándonos con binoculares. La misma semana que empecé a trabajar ahí, el señor Malasombra llevó a tres de sus empleados a hacer la prueba del polígrafo. No sé si eso era legal o no, pero en aquellos días los chicos de nuestra edad hacían más o menos todo lo que decían los adultos. 

Me enteré de las pruebas porque Gary, el subgerente (un tipo de cuarenta años con una caspa crónica, tal vez terminal), me mostró los resultados de la prueba de la máquina de detención de mentiras con su correspondiente gráfica. El interrogador hizo preguntas como: ¿Alguna vez has robado dinero de la caja registradora? (No había ningún salto en el informe). ¿Alguna vez has regalado comida? (un salto pequeño) ¿Comes papas fritas sin pagarlas? (el salto salió de la gráfica). 

Después de la investigación, uno de mis compañeros no volvió más; todavía me lo imagino pudriéndose en algún gulag   de alguna parte del mundo. Claro, el propósito de la sacudida era intimidar al resto de nosotros, y funcionó razonablemente bien. De tal forma que casi nunca comíamos en el trabajo, ni siquiera las comidas que preparábamos mal, como cuando alguien pedía una hamburguesa sin salsa de tomate y nosotros igual le poníamos. Al menos no sin mirar sobre el hombro un par de veces antes de devorarla. 

Lo que hacía más absurdas las acciones del señor Malasombra era que nos pagaba unos sesenta centavos por hora. Después descubrí que el señor Malasombra contrataba menores de edad porque las leyes del salario mínimo no eran aplicables a ellos. Con el tiempo se metió en problemas, cuando alguien los acusó por cobrarnos la parte de los pagos de la seguridad social que le correspondía a él. 

➳Publicado el 06/07/2016←

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➳Publicado el 06/07/2016←

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