2 - Un poco de ruido

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NaiiPhilpotts 

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—¡¿De qué hablas?! —grita mamá, al borde del colapso.

La observo con atención y noto que se tensa. Sus hombros se ponen duros e inconscientemente y aprieta sus puños mientras se clava las uñas. Siempre que está nerviosa lo hace; yo también.

Bajo mi tenedor con el espagueti enrollado colgando y me quedo con la boca abierta. Me preparo para seguirla, pero me frena con su mano y frunzo mi ceño con escepticismo.

No digo nada.

—¿Qué estás diciendo, Sof? ¿Habla en serio Strandford? —mamá le grita con más fuerza a su compañera.

Mi quijada se abre aún más. Veo cómo su rostro se tiñe con los tonos rojos de la furia. Estoy en shock. En mi vida la he visto gritarle a alguien así; esa faceta suya es algo que solo tiene reservado para mí y para su exmarido.

—¿Qué sucede? —le pregunto tratando de seguirla, pero ella se gira sobre sus talones y entra a la cocina.

Me observa con severidad:

—Sube el volumen de la televisión —sisea con el teléfono lejos de la boca—  y te quedas aquí. ¡Aquí!

Por inercia, la obedezco y subo el volumen de la televisión con un gesto de mi mano. Volvieron a hablar del terremoto. Dicen que hay alerta de tsunami en las costas del país afectado, pero lamentablemente eso no es algo que ahora merezca mi atención. De hecho, ya ni me acuerdo qué debía googlear. Me siento como una niña de diez años que acaba de ser regañada. Leo el titular del noticiario. Sí, pobrecito el mundo, pobrecitas esas personas, pobrecito el mar, pobrecito nuestro feriado... Me da igual. Lo único que quiero en estos momentos es otra cosa. Solo me interesa saber qué demonios ocurre con mi madre y su maldito trabajo.

«¿Por qué la llamaron en su día libre? ¿Qué la puso así?». Estoy segura de que se debe tratar de alguna cosa burocrática que la estresa hasta morir y que quizás es hasta decepcionante...

Pero la curiosidad  de que algo grave sucedió más el morbo humano me llaman:

—¿Acaso no pueden hacer nada sin ti? —farfullo lo suficientemente alto como para que me escuche.

Ella se acerca con una mirada inyectada en advertencias y cierra con un sonoro portazo las puertas dobles que dan a la cocina y que, hasta el momento, siempre permanecían abiertas.

—¡¿Es en serio?! —le grito mientras golpeo la mesa con una palmada y el jugo del vaso de mi madre se vuelva en la bolsa del pan. Perfecto. Por suerte, estaba casi vacío.

SolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora