10 - La casa de Lisa

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Alcanzo a Syria al final del pasillo

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Alcanzo a Syria al final del pasillo. No sé si la han escuchado, pero lo mejor es no detenernos. El único sonido que oigo es el del latido de mi corazón; la sangre se amontona en mis oídos y palpita generando un zumbido agudo e irritable.

Juntas, ingresamos en el depósito. Por un momento, quiero retroceder, pues las luces están apagadas y la primera impresión de la oscuridad continúa impactándome. Ahuyento mis temores y evito pensar en la situación que acabo de presenciar: de alguna forma u otra, ellos están relacionados con la intrusión en mi casa. Son los que tenían las máscaras y, por alguna razón, un puñado de ellos deben quedarse en la ciudad... conmigo. Me inspiran temor y que usen las malditas máscaras de protección que llevaba puesta mi agresor no hacen las cosas exactamente más sencillas, sin mencionar el hecho de que están armados.

No obstante, eso no responde lo más importante: ¿dónde están todos?, ¿a dónde se fueron?

Agudizo el oído para intentar escuchar algo, pero no oigo más que gritos y nuevas voces deformadas, tétricas y sin rostro, que se suman a la escena. Avanzo a tientas en la oscuridad y en cuanto doy los primeros pasos, unas luces con sensores se encienden e iluminan mi camino. Pronto, ubico la salida de emergencia y me apuro para llegar a ella.

El almacén está lleno de cajas que me veo obligada a sortear. Cuando les presto más atención, noto que son de alimentos no perecederos de marcas nacionales, no obstante, lo que no es normal, es la cantidad abrumadora que hay. Algunas pilas están envueltas en plástico para que no se desmoronen y llegan hasta casi tocar el techo. También, me fijo que hay packs de bidones de agua ya cargados en carros de desplazamientos, de esos que se utilizan para colocar la mercadería dentro de los camiones. Me atrevo a decir que hay cientos y cientos.

Abro la puerta y me lanzo al exterior, una llovizna me recibe con insistencia y el agua se enreda en mis pestañas. La caída de agua está amainando, pero la actividad eléctrica, no. Me pierdo unos segundo observando los nubarrones, la mezcla de negros, grises y plateados me parece asombrosa; me atrevería a decir que es la tormenta más fuerte de lo que va del año, aunque recién estamos en marzo.

Syria y yo debemos encontrar pronto un refugio. No podemos quedarnos aquí; presiento que estas personas han venido a vaciar el lugar. Sí el depósito está así es porque en cualquier momento vendrán por todas estas cosas. Syria me sigue de cerca cuando caminamos sigilosas y sin que nos vean. Despacio, bordeamos el edificio. Estamos en una calle cerrada, por lo que, para volver, tenemos que pasar por donde están todos ya que ir por las alcantarillas o los techos son opciones de película, imposibles para mí.

No encuentro un lugar seguro para escondernos. Me asomo en la orilla de la pared y observo que hay una veintena de personas. El rugido de un motor me pone en alerta y me fijo en que se acercan dos camiones de carga.

—¡Mierda!

Me pregunto si sería posible correr como si no hubiera un mañana, aunque para mí sí debe haber alguno, me niego a creer lo contrario.

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