11 - El móvil suena [parte 1]

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Poco a poco abro los ojos

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Poco a poco abro los ojos. Un zumbido penetra mis oídos; pero no soy capaz de determinar qué es. Solo quiero seguir durmiendo. Aprieto mis párpados con fuerza y lucho contra el impulso de abrirlos.

Pero la vibración se vuelve insistente y no cesa. Frustrada, me incorporo en la cama. Noto que Syria duerme ovillada a mi lado. Una sonrisa amarga se posa en mis labios al pensar en que Lisa me mataría por algo así. A ella jamás le gustó que las mascotas durmieran en la cama.

Me detengo un momento y pienso en que acabo de usar un verbo en pasado para referirme a mi mejor amiga. Me digo que es un desliz, que ha sido un error y que no fue en serio... No obstante, las dudas se arremolinan en mi cabeza y no me dejan continuar.

Pronto, la vibración vuelve a copar mis pensamientos y, como si fuera arte de magia, todas las piezas del rompecabezas caben en su lugar. Me abalanzo con rapidez hasta la cómoda de madera pintada de blanco y ubico mi teléfono. El móvil suena con insistencia, incapaz de responder a mis toques. Está saturado por la cantidad de información que le está ingresando.

Lo acuno entre mis brazos y regreso a la cama, temblando. De repente, volví a sentir mucho frío. Me cubro con las mantas y Syria se acerca hasta a mí y apoya su regazo sobre mis muslos. Cuando la marea de notificaciones cesa, comienzo a descender por la lista. Es interminable. Voy hasta las más antiguas y observo que la primera data de hace muchas, supongo que llegó cuando estuve en el ayuntamiento y pensé que la pantalla se había aprisionado por error. Mi boca se seca al notar que es una Alerta Nacional de Emergencia. Con temor, aprieto la notificación y espero.

No ocurre nada.

Vuelvo a presionar sobre ella y nada. Nada, nada. Se supone que se tendría que desplegar un protocolo de actuación, pero soy incapaz de verlo. Noto que mi internet es casi nulo. No entiendo por qué. Lisa tiene su propio router en su habitación. Despliego la pestaña de las redes y observo que estoy conectada a la del parque que se encuentra a una cuadra. De hecho, es la única red cercana disponible y la propia de mi móvil es imperceptible: la rayita más baja se mueve en un vaivén en el que desaparece y vuelve a aparecer.

—Mierda, mierda, mierda. —Salto de la cama y descorro las cortinas para mirar por la ventana; es de noche. Según mi teléfono son las cuatro de la madrugada.

«Dormí más de lo esperado», pienso y aparto las lágrimas de angustia que se acumulan en mis ojos.

Me siento en el sillón giratorio para la computadora, también de color blanco, de mi amiga y veo el resto de las notificaciones.

El grupo de la universidad está que explota. Nunca vi jamás tantos mensajes recibidos en algún grupo de chat. Hay miles; la cantidad supera las cinco cifras. También tengo varias llamadas perdidas de Lisa y de Gael. Mi amiga, además, me dejó setenta y siete mensajes en los cuales veo que hay muchos audios. Por su parte, él me dejó ciento treinta y uno. El último mensaje que aparece en un su chat es algo inentendible, como una palabra a medio escribir o algo que se mandó por error.

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