44. Amigo

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ANTEÚLTIMO CAPÍTULO DE SOLA

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Mis oídos pitan por el esfuerzo. La respiración fría congela mis pulmones y dificulta mi avance por el terreno repleto de gravilla. Estoy rodeada por la más profunda oscuridad y no puedo identificar qué zonas del terreno están firmes. Hay mucho lodo por la tormenta de la noche anterior.

El bosque, a pesar de tener una simetría perfecta, resulta un completo laberinto. Doy una nueva zancada y vuelvo a patinarme. Mis zapatos pesan por la cantidad de barro adheridos a ellos. Oculta entre unos árboles me detengo a recuperar el aliento. No tengo ni idea de hace cuánto estoy corriendo, pero ya mis músculos queman por el esfuerzo.

No me atrevo a prender la linterna por miedo a que me descubran. Estoy aterrada y la oscuridad solo hace que mi corazón palpite con más fuerza. La detesto, aún me agobia y me asusta como a la niña que dejé de ser. Pero por suerte tengo a Syria a mi lado para acompañarme.

Cada ruido que escucho me altera hasta lo más íntimo de mi ser. Sé que están usando drones, pues escuché la vibración de su aleteo en cuanto comencé a correr. Si quedo en la vista de esas máquinas, estoy jodida. Mi enfrentamiento anterior no terminó bien.

Subo mi vista hacia el cielo. Las estrellas brillan en lo alto como diminutos puntos de brillo solo la negrura pura de la noche que absorbía todo con su manto pintado con estrellas.

No sé dónde estoy, pero más adelante, en el linde del bosque, veo una construcción. Parece ser alguna clase de depósito para labrar el campo. Una oleada de alivio me recorre ya que, aunque no sabía a donde me dirigía, traté de alejarme de la prisión. A pesar de que me pareció un buen escondite, el miedo de ingresar allí fue superior.

Sin perder la construcción de vista, me siento un momento a recuperar aliento contra el tronco de un árbol. Bebo un trago de agua al tiempo que mi respiración, poco a poco, se va controlando.

«¿Qué haré ahora?», la pregunta vuelve a mi como una daga afilada. Me ha estado atormentando desde que hui de la casa de los guardabosque en donde estaba Gabriel.

Me di cuenta de que inconscientemente conduje hasta las cercanías de Nueva Francia y, a pesar de que en un primer momento pensé volver a Engranaje, ver el mapa y la salida de la autopista cercana me terminó por convencer.

«¿Qué haré ahora?», pienso otra vez.

—Necesito saber —susurro.

Sé que la advertencia de Gabriel fue sincera, pero no puedo evitarlo. Quiero ver qué es lo que pasa en la ciudad, la razón de los incendios, la verdad.

El sitio donde comenzó todo.

Guardo mis pertenencias en la mochila y, presa de una esperanza vacía, corro hacia refugio. Mi cuerpo responde a la perfección a mis exigencias y el golpe de adrenalina es lo que necesito para cruzar el claro sin inconvenientes.

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