Revelaciones

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Los detectives se hicieron cargo inmediatamente de la camiseta con el fin de que la examinaran, mientras nosotros estábamos al límite de nuestra resistencia. ¿Por qué había dejado la playera en la puerta? ¿Qué pretendía con eso? No había usado la prenda como una medida de presión para exigirnos dinero, quería demostrarnos que nada podíamos hacer contra ella. Nos sentíamos muy impotentes.

El único fin de la tal Jessica parecía ser torturarme, pero no solo me quería castigar por ser infiel, había algo más pero no lograba entender el qué. Al menos sabíamos que no se había ido del país con mi bebé pero ahora nos enfrentábamos al hecho de que podía estar lastimado, o incluso muerto.

No, la cabeza me estallaba pensando, no se había tomado el trabajo de hacerse amiga mía y secuestrado a mi hijo solo para matarlo. De ser así lo podía haber hecho de un solo golpe sin tanto alboroto. El móvil de Manuel sonó haciéndonos saltar por los aires

—Tenemos los resultados del laboratorio, es sangre de pato.

— ¡¿Qué?!

—Sí, no es sangre humana, es de animal.

Respiramos, pero solo por poco tiempo. Era como estar sentados sobre brasas.

Reparé en una vitrina llena de fotos familiares que no había visto antes. En una de ellas Oliver aparecía en brazos de mi abuelo. Él lo abrazaba y reían.

—¡Mein Opa Otto!

—Sí, tus abuelos vinieron a Alemania varias veces. Fuimos a Gelsenkirchen con ellos, lo pasamos muy bien.

—¿De veras?—por un momento sonreí—Mis abuelos nacieron allá, siempre me contaban cosas de la guerra y los bombardeos aliados...

—Lo sé, yo también nací ahí—se encogió de hombros, acostumbrado ya a que esta nueva versión de mi misma no supiera nada de él—Tu abuelo estaba muy feliz de que te casaras conmigo...

Por un momento solo se miró los pies e interrumpió lo que iba a decir.

—¿Estaba?—se me quebró la voz, tal vez adivinando lo que quería contarme.

—Falleció el año pasado, Lena...—me sostuvo entre sus brazos fuertes—Esperaba no tener que decírtelo, que recordaras todo.

—¿Está aquí en Alemania?—sentía el llanto estrangulado en la garganta.

—No, tu abuela quiso que lo sepultaran en Chile. Estuviste, sí fuiste, pudiste despedirte de él...

No lo podía creer. Me estaban arrancando el alma a tirones, ya no me reconocía a mí misma. Mi abuelo estaba muerto, la vida de mi propio hijo pendía de un hilo y yo estaba ahí, sin poder hacer nada más que morirme de a poco también.

Y entonces ocurrió. Ignoro si ese descubrimiento—que mi abuelo había muerto—fue el desencadenante, pero el caso es que sentí como si me estuviera despertando de un sueño largo y profundo. Volviendo a la vida. No fue algo gradual, sino fulminante, como una descarga eléctrica.

De pronto ya no estaba en ese lugar, sino en el pasado, un pasado que creía haber perdido y que ahora podía tocar, sentir, saborear.

Me vi regresando a mi casa aquella noche de lluvia hacia cuatro años, adormilada, haber vomitado por causa del golpe y amanecido en el piso frío del baño.

«Sé que tuviste una mala noche después de perder la final de la Champions, yo también estaba cansada y molesta. Lamento mucho haber roto tus luces...puedo pagarlas.» digo, bajando la vista avergonzada ante la mirada tierna de Manuel.

Amor, recuérdame || Manuel NeuerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora