Se feliz...

857 64 18
                                    

Recojo las maletas, los cascos, móvil y cierro con llave antes de irme en una nueva dirección. Qué difícil es cerrar una casa sabiendo que no vas a aparecer hasta dentro de tres meses. Llevo tantas cosas que no sé donde voy a meter todo esto en el tren, quizás no son tantas cosas materiales porque todo lo que necesito lo llevo guardado en el corazón. Allá voy Barcelona, acogeme bien. Siempre he tenido una conexión especial allí, no se si es porque mis amigas viven ahí o simplemente porque todo es precioso.

Pido un taxi para que me lleve a Atocha, el hombre amablemente me ayuda a subir todo mi equipaje. Por el camino se me escapa alguna que otra lágrima viendo Madrid pasar delante de mis ojos mientras voy en el coche.

—Madrid a veces es agobiante pero cuando te despides de ella, cuesta... —me dice el conductor.

—Y tanto, nunca me pensé que encontraría todo lo que quiero aquí... —suspiro—, pero un cambio de aire se que vendrá bien -seco las lágrimas que han caído sobre mi mejillas.

—Sea lo que sea que te pase, intenta disfrutar de allá donde vayas, quizás te traiga mejores sensaciones. —responde.

Me quedo perpleja con lo que dice, quizás tenga razón pero no me puedo quitar la idea de la cabeza de lo importante que es dejar a las personas que quiero aquí mientras yo sigo huyendo a cambio de quitarme a Mel de la cabeza.

—Muchas gracias por todo, que tenga un buen día —le pago y salgo del coche para ir al maletero a por mis maletas.

—Que tengas un buen viaje —se despide el hombre de mi.

Como alguien más se cruce en mi camino siendo amable juro que me echo llorar aquí en medio de la estación. Estoy más sensible que nunca y no soporto irme, aunque lo hago porque quiero, siempre tengo que tener esto presente. Saber que nadie va a venir a despedirme hace las cosas más amenas y a la vez más insoportable. Sabía perfectamente que si venían no podría irme y al final acabaría cancelando el billete de tren y quedándome de nuevo en Madrid, pero al llegar a casa sabría que habría echo mal al no irme, verdaderamente necesito respirar otro aroma que no sea este.

Llego a la estación y me paro a comprarme algo para comer durante el trayecto. Una vez Mel y yo fuimos a comprar a una tienda parecida en el centro, compramos unos donuts de chocolate y nos lo comimos al llegar al parque del retiro. Sin darnos cuenta nos lo comimos estaban tan derretidos que se nos calló todo encima. Ese día pensaba que me iba a morir de la risa, del dolor tan fuera que tenía en los mofletes de tanto reír, cualquier tontería era una risa nuestra.

—A mi también me siguen encantando estos donuts —oigo una voz detrás de mi.

Me giro y me quedo a su altura, abriendo los ojos como platos. Mis piernas han empezado a temblar, hasta de los nervios se me ha caído el donut al suelo.

—Espera que te compro otro —responde.

Pienso una y otra vez que hace aquí y por una vez reacciono.

—No —le agarro del brazo—, no hace falta, me tengo que ir, chao —me despido lo más rápido que puedo.

¿No podría haberse quedado en su casa? ¿O venir a otra hora que no fuese esta para comprar unos malditos donuts?

—Espera Lucía, necesito que te esperes...

Su voz me sigue dando escalofríos y su piel en mi mano sigue siendo frágil, como el de una muñeca de porcelana. Como tonta me espero, me giro y le vuelvo a ver delante de mi, con ojeras de no dormir, con el pelo revuelto de haberse despertado ahora y con unos ojos hinchados.

—Rápido, me tengo que ir ya —respondo mirando al suelo.

—¿A dónde te vas? —pregunta acercándose a mi.

En los brazos de Mel #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora