Capítulo 4

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El sonido del agua de la ducha se detuvo, y la habitación se quedó en completo silencio. Peter, que estaba observando la espectacular piscina del hotel a través de la mampara de la terraza, se preguntó cómo estaría Lali cuando saliera del baño.

Había logrado mantenerse entera al darse cuenta de cuál era la situación, y hasta había sido capaz de bromear, en medio de la vomitadera, pero apenas sintió fuerzas para mantenerse de pie le había pedido que la dejara sola para poder arreglarse un poco.

Y desde ese momento Peter había estado esperando. Había oído el pestillo de la puerta del baño cuando él había cerrado al salir, y luego un sollozo antes de que el ruido de la ducha ahogara cualquier otro sonido.

Lali quería que buscaran un abogado. Entendía su reacción, y no podía negar que el alcohol había ejercido cierta influencia en sus actos de la noche anterior, pero su mente se había aclarado y se había reafirmado en que había tomado la decisión correcta en el momento adecuado.

Los dos querían lo mismo; ¿cómo habría podido ignorar eso? Además, cuando le había explicado su plan, a ella le había parecido perfectamente lógico y había accedido. Por eso no creía que hubiera cometido un error.

En ese momento se oyó el pestillo, y Peter apretó los dientes preparándose para lo peor, como que Lali se pusiera histérica y empezara a gritarle. Sin embargo, cuando la vio abrir la puerta, envuelta en un bata que le quedaba demasiado grande, y alejar de su frente un mechón húmedo, se quedó sin aliento. Era preciosa.

Luego, la firmeza de su mirada le dijo que no iba a tener un ataque de histeria, aunque a juzgar por su lenguaje corporal, brazos cruzados, una mano sujetando las solapas de la bata, y la otra aferrada con fuerza a su cintura, sugería que no estaba precisamente contenta. Parecía recelosa, alerta, y con la cabeza fría.

Era una mujer fuerte, pensó Peter, y eso le pareció tan sexy como las uñas de sus pies, que asomaban por debajo de la enorme bata, pintadas de rosado.

—¿Te sientes mejor? —le preguntó.

—Sí, gracias —Lali se aclaró la garganta y miró a su alrededor brevemente antes de centrar de nuevo su atención en él—. Lo necesitaba; necesitaba unos minutos para poner mis pensamientos en orden. Perdón si te he hecho esperar.

Y además considerada. Era la mejor.

—No pasa nada. Lo entiendo.

Lali respiróó y fue directa al grano.

—Bueno, como te decía antes, lo primero que necesitaremos será un abogado que nos ayude con los trámites legales para que nos concedan la anulación —levantó el pulgar para empezar a contar—. Aunque te apuesto lo que quieras que en recepción tendrán algún tipo de información disponible; un folleto o algo así. Al fin y al cabo estamos en Las Vegas, y esto le habrá pasado a mucha gente antes que a nosotros. Preguntaré cuando baje a hacer fotocopias de los papeles que nos dieron en... bueno, en la capilla donde nos casamos.

Peter asintió y frunció el ceño. Era una mujer independiente y con las ideas claras, pero estaba enfocando aquello en la dirección equivocada, se dijo mientras ella seguía contando con los dedos. Ya estaba a punto de llegar a cuatro cuando fue hasta donde estaba y cerró su mano alrededor del dedo anular de ella, que acababa de levantar.

—¡Hey!... no te estreses.

Lali parpadeó.

—Y en cuarto lugar... esto —dijo moviendo el dedo atrapado en su puño—: tu anillo. Tenía miedo de quitármelo y perderlo antes de poder devolvértelo.

novela laliter casado al amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora