—Pedro ¿te volviste loco? —exclamó Agustín al otro lado de la línea.
Peter le pagó al dueño del puesto de periódicos del aeropuerto.
—¿Me creerías si te dijera que me volví loco, que siento como si flotara y que estoy completamente enamorado? —le respondió, levantando su maletín del piso.
—No —contestó Agustín con sequedad.
—Bueno, está bien, tienes razón —Peter miró los anuncios en las puertas de embarque y las horas de salida y miró su reloj—: no es verdad. Estoy perfectamente cuerdo, con los pies en el suelo, y casado con una mujer guapísima, sexy e inteligente que resulta que es todo lo que buscaba en una esposa.
—Ah, bueno, no sabía que estuvieras buscando a una cazafortunas —dijo su amigo con sorna—. De haberlo sabido te habría recordado a cualquiera de las docenas de ellas que han estado tirándose a tus pies durante los últimos diez años. ¿Cómo te dejaste convencer?, ¿te puso algo en el trago?
Peter apretó la mandíbula irritado mientras se dirigía a la cafetería donde había dejado a Lali.
Había imaginado que así sería como lo verían los demás, las conclusiones que sacarían al saberlo, y se había dicho que no le importaba lo más mínimo, pero la verdad era que le molestaba, y mucho.
—Por supuesto que no. De hecho, podría hasta decirse que fue al revés.
En ese momento vio que Lali salía de la cafetería, con un azafatita en una mano en la que había un par de cafés y una bolsa de papel con facturas, y el maletín de su laptop en la otra.
Se detuvo para que no oyera su conversación con Agustín.
—Hey... Peter, ¿de qué estás hablando? —le preguntó su amigo sin entender.
—Dejé que tomara de más y no se acuerda de casi nada de lo que pasó esa noche.
—Déjame adivinar —dijo Agustín con la misma aspereza de antes—: seguro que sí recordaba que se había casado.
—Sí, pero por desgracia no recuerda por qué accedió cuando se lo pedí, y me costó bastante convencerla para que me dé una oportunidad. Estamos volviendo a Buenos Aires, pero antes haciendo una parada en Mendoza para recoger sus cosas y va a vivir tres meses de prueba conmigo.
—¿Me estás bromeando? —preguntó su amigo con tal incredulidad que hasta se le escapó un gallo.
Peter no pudo evitar sonreír.
—No. Ya sé que parece una locura, Agustín, pero sé que es la mujer correcta, y me gusta muchísimo.
—¿Y sabe lo de Belén?
—Sí, se lo conté la noche que nos conocimos. Bueno, lógicamente a la mañana siguiente no se acordaba, así que se lo volví a contar.
Durante la charla que habían tenido esa mañana para refrescarle a Lali la memoria, ella le había preguntado si había tenido alguna relación seria.
—No puedo creer que ni siquiera me la hayas presentado. Quiero conocerla... ahora que sé que no te llevó al altar a punta de pistola —dijo Agustín.
Peter sonrió y empezó a caminar de nuevo, levantando una mano para que Lali lo viera.
Cuando ella le sonrió también sintió un cosquilleo en el estómago.
—Ya te la presentaré.
—Está bien, pero quiero detalles, así que comienza desde el momento cero.