Capítulo 13

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—¿Que te preparó qué? —exclamó Agustín con incredulidad al otro lado de la línea.

Peter le estaba contando el último intento de Lali de «abrirle los ojos» a una realidad que esperaba que le causara rechazo. Y había vuelto a fallar.

—Crema de atún con puré de papas y frijoles —repitió. Los frijoles eran de lata, el puré de caja y la crema de atún congelada. Lo sabía porque Lali había dejado los envases vacíos sobre la encimera de la cocina—. Al parecer es uno de los platos favoritos de su familia y le gusta prepararlo de vez en cuando.

—¡Me estás bromeando! Parece que se tomó en serio lo de intentar que te des cuenta cómo es en realidad.

Peter apretó la mandíbula.

—Va a necesitar algo más si piensa que voy a salir huyendo porque no me gusta lo que cocina.

—¿Y te lo comiste?

—Por supuesto que me lo comí —contestó él, entre ofendido y sorprendido de que Agustín le preguntara eso—; lo había preparado para mí —se había comido hasta el último bocado como si fuera un manjar caído del cielo. Después, sin embargo, se rio entre dientes y agregó—: Pero tengo que reconocer que esa cosa gelatinosa... que ni siquiera Lali se comió, para que conste en actas, es lo peor que comí en mi vida.

—Yo no podría comerme eso.

Una media hora después, habiendo dejado de lado su frustración por aquellas pruebas a las que lo sometía Lali, Peter entraba en la cocina aflojándose la corbata y desabrochándose el primer botón de la camisa. Sus ojos se posaron en el trasero respingón de Lali que, vestida con unos leggings, estaba inclinada mirando algo que tenía en el horno. Parecía una lasagna, pero, por cómo olía, a Peter le dio la sensación de que se estaba quemando más de lo normal. No..., otra vez no...

—Hola, La —la saludó, un segundo antes de deslizar las manos por la suave curva de sus caderas.

Necesitaba recordarse por qué iba a comerse esa lasagna quemada dentro de unos minutos, un incentivo.

Lali cerró la puerta del horno antes de levantarse, y cuando fue a girarse para quedar enfrentada a él comenzó a decirle:

—¿Qué tal si me das ahora mi beso de bienve...? ¡Puaj! —exclamó retrocediendo al verle la cara. La tenía toda cubierta de una pasta verde que apestaba.

—Tu beso, ¿no? —Lali se rio y le dio unas palmaditas en el pecho—. Perdón si te asusté con estas pintas. Es una mascarilla facial que me aplico una vez a la semana.

—¿Una vez a la semana? —repitió él. ¿Con lo mal que olía? Se acercó un poco y tocó la mejilla pegajosa de Lali con el dedo—. ¿Y qué se supone que hace?

Lali se encogió de hombros y se movió a un lado, alejándose del calor del horno.

—Eh... bueno, reduce los poros, elimina las impurezas y deja la piel más suave. Y le da un aspecto más joven y más sano.

Umm... La mitad del tiempo que estaba con ella no llevaba ningún maquillaje y estaba preciosa. De hecho, nunca habría dicho que su piel tuviera la menor impureza. ¿Sería por esa mascarilla?

—Interesante —murmuró frotándose la yema del índice con la del pulgar para quitarse la crema pegajosa del dedo—. ¿Algún otro secreto de belleza que deba conocer?

Una sonrisita asomó a los labios de Lali, y aunque la reprimió de inmediato, él ya la había visto, y le había parecido una sonrisa juguetona, igual que el brillo en sus ojos.

novela laliter casado al amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora