Capítulo 7

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Peter aún no se había abrochado la camisa cuando Lali salió del baño ya peinada, maquillada, y ataviada con el vestido de dama de honor. Era de color gris plata y la falda le quedaba unos centímetros más arriba de las rodillas, luciendo sus piernas.

Incómoda, Lali se pasó las manos por las caderas varias veces, como si con esa acción pudiera lograr que el vestido se alargara unos centímetros más.

—Yo no tuve nada que ver con la elección de este vestido —le dijo.

—Déjame adivinar... ¿Fue cosa de esa tal Talía? —tanteó él recordando el polo fucsia de "HAZME UN HIJO".

Lali esbozó una media sonrisa.

—Es lo que cualquiera se imaginaría, ¿no? Pero la verdad es que no, fue idea de Jimena. No sé qué idea tuvo de que este vestido sería como un amuleto para las tres, que estamos solteras.

—¿Un amuleto?

—Jimena estaba convencida de que nos traerían suerte... para encontrar un marido.

Peter soltó una carcajada.

—Bueno, podrías decir que en tu caso ha dado resultados —respondió—. Y tengo que decir que me alegra que hayas decidido llevarme como tu acompañante, porque me habría costado mucho dejarte ir sola.

Las mejillas de Lali se tiñeron automáticamente, y una pequeña sonrisa asomó a sus labios.

—¿No me digas que eres celoso?

—Más bien posesivo —al ver el placer que reflejaron los ojos de ella cuando dijo eso, Peter añadió—: Pero solo cuando algo es muy importante para mí.

Lali se mordió el labio, le dio la espalda, y se puso a juguetear con los gemelos que él había dejado sobre la cómoda. Sin embargo, el recogido que llevaba no ocultaba el rubor que se había extendido por el cuello y las orejas, y Peter no pudo reprimir la satisfacción que sintió de saber que él era el responsable.

Cuando recobró la compostura, Lali se giró nuevamente hacia él.

—Debería ponerme los zapatos —murmuró—. Y tú...

Se agachó para alcanzar el par de zapatos, que estaban junto a la pared, pero al hacerlo se le levantó la falda del vestido. Se enderezó para acomodárselo, pero al agacharse de nuevo se le volvió a levantar. Mientras la veía levantarse de nuevo, Peter le dio las gracias mentalmente a Jimena por haberlo elegido ese vestido, y Lali carraspeó avergonzada.

—Y tú deberías terminar de vestirte —acabó de decir—. Dentro poco tendremos que irnos.

—Lo sé —murmuró él distraído, sin poder alejar los ojos de ella.

Lali debió de darse cuenta, porque le lanzó una mirada furiosa antes de comenzar a reír.

—Esto es ridículo; deja de mirarme para que pueda recoger los zapatos del suelo.

—Está bien, perdóname, tienes razón, me estoy portando como un adolescente —respondió Peter sin poder contener la sonrisa.

—Sí, claro, me doy cuenta cuanto lo sientes —contestó ella riéndose, pero se le cortó la risa cuando Peter se acercó y le puso las manos en las caderas.

Aunque Lali se quedó mirándolo con los ojos como platos no lo separó, y Peter la hizo retroceder hasta la cama.

—¿Por qué no te sientas? —le dijo—. Yo te pondré los zapatos.

Lali se sentó al borde de la cama, con mariposas en el estómago porque aún notaba la sensación de las manos de Peter en sus caderas. No debería haberlo dejado hacer aquello, pero por algún motivo no reaccionaba ante él como lo haría con un extraño. Era como si su cuerpo lo recordara aunque su mente no recordase la noche anterior.

novela laliter casado al amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora