A Lali la llamada de teléfono a Peter dos noches atrás le había sumamente incómoda.
Había sabido que tendrían que hablar en algún momento, decir las cosas que su ausencia ya había anunciado, resolver la cuestión del envío de las cajas que había dejado en su casa y tratar el asunto del divorcio.
Y lo habían hecho, pero no había esperado que la llamada fuera a ser como fue: tan relajada, tan educada. También le había chocado el tono casual de Peter. «¿Ya tienes abogado? Si aún no lo tienes, podría ayudarte a encontrar uno». «He hablado con una compañía de mudanzas por lo de tus cajas. Me han dicho que lo más rápido que podrían llevártelas sería el viernes; ¿te parece bien?». Al escucharlo decir esas cosas la había descolocado.
Casi la había destrozado irse, pero el dolor de darse cuenta de lo poco que le había afectado su marcha era aún peor. Solamente había pasado un día... y era como si le diera exactamente igual que se hubiera ido.
La noche anterior a su partida se había mostrado dispuesto a hablar, a intentar solucionar las cosas, pero de repente parecía como si después de que se marchara se hubiera encogido de hombros y decidido seguir con su vida.
A pesar de lo espantoso que había sido para ella que volvieran a romperle el corazón, ese dolor había sido justo lo que necesitaba para apaciguar las dudas que tenía con respecto a someterse a una inseminación artificial y su decisión de no volver a embarcarse en una relación de pareja. Ya no volvería a dudar nunca más. Solo por eso, aquella llamada, a pesar de haber sido muy incómoda, había valido la pena, se había dicho, tratando de consolarse.
O eso había pensado hasta hacía sesenta segundos, cuando bajó a abrir la puerta, esperando encontrar a la gente de la mudanza, y se encontró con Peter, dirigiéndole esa sonrisa que era casi un pecado.
—Hola, chiquita, ¿tienes algo con lo que los chicos de la mudanza puedan sujetar esta puerta y no se les cierre? —le preguntó señalando el camión de mudanzas estacionado junto a la vereda, detrás de él—. Es bastante pesada, y como van a tener que entrar y salir varias veces...
—¿Qué estás haciendo aquí? —le dijo ella, demasiado aturdida como para suavizar su tono.
Peter se encogió de hombros.
—No sabía si tendrías a alguien que pudiera ayudarte, y se me ocurrió venir a ofrecerme.
Lali apretó la mandíbula. Una mezcla de emociones encontradas amenazó con hacer que se le saltaran las lágrimas.
—Peter, no deberías haber venido. Me fui porque...
—Todavía soy tu marido —dijo él sin perder la sonrisa. Giró la cabeza un momento para mirar a los tipos de la mudanza, que ya estaban descargando las cajas del camión—. Cuando nos casamos prometí cuidarte, así que, si puedo ayudarte en algo mientras aún seamos marido y mujer, lo haré.
Lali quería responderle, decirle lo enojada que estaba de que se hubiera presentado allí sin avisar, y más teniendo en cuenta que se había ido de madrugada para evitar tener que volver a verlo otra vez, pero Peter no era tonto. Estaba segura de que sabía que iba a molestarla yendo allí, y aun así lo había hecho porque siempre tenía que hacer lo que le daba la gana.
—En fin, el caso es que aquí estoy —dijo Peter entrando. Se puso justo detrás de ella, y levantó un brazo por encima de su cabeza para sujetar con la mano la puerta que ella ya estaba sujetando—. Y ya que he venido, voy a ayudar.
Lali sabía que debería ignorar el olor de su colonia, pero no pudo resistirse a respirar y llenarse los pulmones con ese aroma que tantos recuerdos le traía. Recuerdos de noches de pasión, sus cuerpos desnudos, el placer de sus besos y sus caricias...