—Nada de sexo? —repitió Agustín tosiendo al otro lado de la línea.
Peter, que había activado la opción «manos libres» en el celular porque iba manejando, apretó irritado el volante. No le había pasado desapercibido el tono divertido de su amigo, por mucho que hubiera intentado disimularlo. Al menos a alguien le parecía gracioso.
—Sí, yo tampoco puedo creerlo, pero Lali...
Suspiró y miró un instante el paisaje para, luego, volver a fijar la vista en la carretera.
Había estado seguro de que lograría derrumbar se resistencia con aquello de la cuota diaria de besos porque, cuando se besaban, se besaban de verdad. De hecho, solo de pensar en cómo subía la temperatura cuando se besaban lo invadió una ráfaga de calor y tuvo que desabrocharse el primer botón de la camisa y aflojarse la corbata. Sin embargo, Lali seguía fiel a su postura.
—En fin... —continuó—, dice que no quiere que nada le nuble el juicio mientras intenta decidir si lo nuestro puede funcionar.
—Es comprensible. El sexo puede hacer que uno confunda las prioridades, darle sentido a lo que no lo tiene, hacer que algo parezca especial cuando en realidad no lo es. Una chica inteligente.
Peter apretó los dientes. No estaba seguro de qué respuesta había esperado de Agustín, pero seguro no era esa.
—Bueno, y dejando a un lado que tu mujercita te encuentra absolutamente «resistible», ¿cómo te trata la vida de casado?
—Bien, sin muchas sorpresas. Lali es más reservada de lo que me pareció la noche que nos conocimos, y la noto algo obsesionada con asegurarse de que sé en lo que me estoy metiendo. Me enumera los defectos que tiene porque dice que no quiere arriesgarse a que, de repente, me encuentre con algo que luego se convierta en causa de divorcio.
Agustín se quedó callado unos segundos, y cuando volvió a hablar ya no tenía ese tono de guasa.
—¿Causa de divorcio?
—Son tonterías sin importancia —lo tranquilizó Peter—, pequeñas rarezas de esas que tenemos todos.
A él por lo menos le daba igual que no fuera la mejor de las cocineras o que tuviera una cierta tendencia a entusiasmarse demasiado cuando algo le gustaba.
—Me hace reír, me siento bien cuando estamos juntos, y siento que puedo hablar con ella de cualquier cosa —le dijo a Agustín.
Sin embargo, aunque había conseguido que le diera una oportunidad a su matrimonio, sabía que no era algo definitivo ni mucho menos que accediese a permanecer a su lado después de esos tres meses.
—Bueno, me alegra que hayas encontrado a una mujer con la que puedes hablar. Sé que siempre habías querido un matrimonio que se pareciera más a una fusión empresarial que a un matrimonio, y después de lo de Belén...
—Agus, estoy a punto de entrar a casa —lo interrumpió Peter, aminorando la velocidad al acercarse a la entrada—. Hora de enfrentarme a un nuevo round con mi esposa —bromeó.
—Lo capto —contestó Agustín riéndose—. Bueno nada, suerte. Me parece que la vas a necesitar.
Peter cortó la llamada, y un rato después se bajaba del auto, ansioso por ver a Lali. Ya no estaría en pijama como al despedirse de ella esa mañana. Medio dormida como estaba, había ronroneado como un gatito cuando la había besado.
Sin embargo, no pudo evitar fantasear con que apareciera con el pelo revuelto, ese pijama de seda, y que se lanzara a sus brazos y le diera uno de esos besos que decían: «Estaba ansiosa porque volviera». Sí, claro, ¡como si eso fuese a pasar...!