Capítulo 23

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Seis horas después, Peter bajaba las escaleras a toda velocidad tocándose los bolsillos para asegurarse de que no se le olvidaba nada.

¿Billetera? La tenía. ¿Llaves? También. ¿El anillo? Sí, y sentía como si le quemara en el bolsillo del saco.

Nervioso, miró su reloj. Podía hacerlo. Su vuelo salía dentro de cuarenta y cinco minutos, y subiría a ese avión aunque tuviera que comprar la compañía.

Y cuando llegara a Mendoza... El estómago le dio un vuelco al imaginar los distintos escenarios posibles. Solo uno de ellos le proporcionaría el final feliz que únicamente hacía unas horas había aceptado que quería.

Alejando todos los demás de su mente agarró el pomo de la puerta y... ¡El pasaje! ¡Se había olvidado el pasaje! De hecho, se había olvidado de imprimirlo. Corrió a su escritorio y prendió la computadora que tenía allí, mirando el reloj una y otra vez mientras iniciaba sesión. ¡Dale!, ¡tenía que llegar a tiempo al aeropuerto!

Necesitaba decirle por qué su matrimonio podría funcionar. Y no era por ninguna de las razones que había estado repitiéndole desde el principio, sino porque había descubierto que había una serie de cosas sin las que no podría soportar seguir viviendo.

El fondo de pantalla de su computadora era una foto de los dos en una cena benéfica del mes anterior. Salían los dos riéndose, y sus dedos jugaban con un mechón de pelo de ella mientras se miraban a los ojos. Y por la forma en que él la estaba mirando... ¿cómo podía no haberse dado cuenta?

Abrió el navegador de Internet y vio que Lali no había cerrado su sesión de correo de mail.

Estaba a punto de abrir otra pestaña para ir a la página de la compañía aérea, cuando sus ojos se detuvieron en un mensaje marcado como importante. Al leer la vista previa se le cayó el alma a los pies. Era un mensaje del banco de esperma, enviado hacía cinco días.

Asunto: Respuesta a su consulta. Puede pasar en cualquier momento a recoger esperma del donante #38961, por el que se había interesado.

Lali llevaba un buen rato sentada en la mesa de la cocina con el periódico delante, pero ni siquiera había pasado de página. Estaba muy triste, y no podía dejar de darle vueltas a la cabeza.

Se levantó con un suspiro del banco, y fue a la refrigeradora a servirse un vaso con agua. No pudo evitar pensar en todas las veces que, durante esos dos meses, cuando Peter ya estaba en casa, se había asomado a su escritorio para llevarle un refresco o algún aperitivo. Se había mostrado muy atento y considerado con ella, sobre todo en los momentos en que ella, absorta en su trabajo, se olvidaba de cuidar de sí misma... pero no era amor.

Resultaba irónico que, una vez que había decidido renunciar al amor en su vida, hubiera conocido a Peter y el enamorarse de él hubiese llevado al colapso su matrimonio.

¿Por qué había tenido que enamorarse, por qué no había podido conformarse con la relación que habían acordado?, ¿por qué no había podido ser la esposa que él necesitaba que fuera?

En ese momento tocaron la puerta, y Lali agradeció que aquella interrupción la sacara de la espiral de pensamientos autodestructivos en la que había caído. El corazón le dio un brinco, pero entonces se dio cuenta de que no habían llamado por el intercomunicador.

Seguramente era otro paquete para la señora García, del 2ºC. Siempre estaba comprando cosas por internet. Regañandose a sí misma por haber sido tan tonta como para haber tenido siquiera una mínima esperanza al oír el timbre, fue hasta la puerta y la abrió.

—¿Peter? —musitó incrédula al verlo delante de ella.

Peter frunció el ceño.

—¿No tenías siquiera puesta la cadena de seguridad? —le dijo en un tono airado y posesivo—. Primero una señora mayor que bajaba me ha abierto la puerta y dejado entrar sin preguntarme quién era. Y ahora tú me abres sin chequear siquiera de que era yo. Lali, sé que este es un buen barrio pero... ¡por amor de Dios!

novela laliter casado al amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora