Capítulo 6 -¿Plateado o Dorado?-

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Oliver pedaleó con todas sus fuerzas en su bicicleta roja. Iba lo más rápido que podía. Hasta que fue frenando y dejó la bici tirada en el césped del jardín de la casa de Lisa.

Lisa era la mejor amiga de Claire y de Oliver. Los tres, eran muy amigos desde siempre.

Oliver, llamó al timbre de la casa. Al minuto, una chica alta, de pelo rubio claro abrió la puerta. Lisa tenía el pelo largo y liso. Llevaba un flequillo perfectamente peinado y que le llegaba justo por encima de las cejas. Sus ojos eran del color de las almendras.

–¡Oliver! ¡Pasa, pasa! Justo estaba a punto de llamarte, hay algo que tengo que contarte. –dijo Lisa rápidamente. La chica siempre hablaba mucho y muy rápido. Agarró a su amigo por el brazo y tiró de él hacia dentro de la casa. Cerró la puerta.

–Lisa, no te vas a creer lo que he visto.

–Anda, que si yo te contase... ¡Me he enterado de algo increíble! –dijo la chica rubia mientras subían las escaleras hacia el segundo piso de la casa. Ninguno de los dos dijo nada más hasta que Lisa cerró la puerta de su habitación.

–A la de tres, nos decimos a la vez lo que queremos decir. Uno, dos y... ¡tres! –contó Lisa entusiasmada.

–¡He visto a Claire subirse con su abuelo y con su hermano en una limusina! –gritó Oliver.

–¡Mañana empiezan las rebajas! –gritó Lisa orgullosa, pero al oír lo que acababa de decir su amigo, abrió los ojos como platos.–¿Qué? ¿Claire? ¿Qué? ¿Se ha subido a una limusina y no nos ha dicho que nos fuésemos con ella a dar una vuelta en la limusina?

****

Claire observó la multitud de ojos que estaban posados en ella, en su hermano y en su abuelo. La sala era bastante grande, de forma circular. Había una bóveda en el lugar del techo, estaba pintada de color oscuro, con estrellas pintadas de colores dorados y plateados. Debía simular el cielo, pensó Claire. A un lado de donde se hallaban ellos, había un montón de sillas llenas de gente. Todos vestían túnicas negras o bien túnicas naranjas. En el centro de la sala, había una fila de adolescentes de unos trece años con túnicas amarillas o blancas. Delante de ellos había una mesa blanca con dos cuencos. Claire no podía ver qué contenía cada cuenco. Y detrás de la mesa con los cuencos, había un hombre alto y fornido, vestido con un traje de color dorado, llevaba una capa y una máscara que le cubría el rostro, ambas eran doradas.

Toda la sala permanecía en silencio. Frank Harrington se giró hacia sus nietos una vez más.

–Joan, siéntate con el resto de familias. Preferiblemente, siéntate con alguna familia plateada. Claire, acompáñame. –les susurró.

Joan caminó hacia donde estaban todas las familias sentadas.

Frank y su nieta se dirigieron al centro de la sala. El abuelo de Claire le indicó a su nieta que se quedase con la fila de adolescentes de trece años, ya que ellos serían los que se iban a convertir.

Frank, siguió caminando. La sala estaba sumida en un silencio sepulcral. Casi se podría haber oído el zumbido de las moscas del exterior.

El representante de los dorados le tendió la mano a Frank Harrington, y este se la estrechó.

–¡Cuánto tiempo si verte, Frank! –sonrió maliciosamente Simon Rhodes, que era el representante de los dorados. La voz de Simon sonaba un poco amortiguada debido a la máscara que llevaba.

–Lo mismo digo. –se limitó a decir Frank.

–La verdad es que llevaba sin verte desde el funeral de tu hijo... –volvió a arremeter Simon contra él, pero Frank hizo caso omiso a su comentario, y se dirigió por primera vez a la multitud. Nadie había escuchado la conversación que Frank y Simon habían tenido en ese momento.

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