Capítulo 30 -Hielo-

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Las luces de los vestuarios parpadeaban lentamente. Marie Moon sujetaba la cabeza de Edmund Rhodes, la cual estaba apoyada en su regazo. Leisy abrió las puertas de los vestuarios y corrió hacia él, tirándose al suelo. Joan detrás de ella, miró a Marie Moon y le agradeció que hubiese acudido en su ayuda. No conocía a ningún dorado de confianza aparte de ella y de Edmund. No obstante, no olvidaba su repentino alejamiento por parte de ella.

—Edmund. —le llamó por su nombre Leisy. Edmund abrió los ojos poco a poco y miró a Leisy, sin ser capaz de articular palabra alguna, abrió la boca, pero en su lugar solo salió sangre. Leisy miró a Marie Moon buscando alguna explicación de lo que le ocurría a Edmund pero Marie Moon se limitó a negar con la cabeza.

—Soy su pareja en el torneo... —susurró Marie Moon. Joan miró a la chica con cierta molestia.

—Eso no nos va a ayudar. —dijo Joan sombríamente—. Se han llevado a mi mejor amigo.

—¡Oh, pobrecito! ¡Qué pena! Lo siento Joan, últimamente el mundo va en contra de ti. No tienes tiempo ni para salvar a todos tus amigos. —fingió lástima Marie Moon molesta.

—Deja de hablar de lo que no sabes. —dijo Joan enfadado.

—Déjame en paz. —dijo Marie secamente. Joan soltó varias carcajadas y miró a la chica dorada.

—Hace mucho tiempo que lo hice. —se limitó a decir Joan, y Marie le lanzó una mirada llena de odio.

—¡Pues...! —comenzó a decir Marie, pero Leisy le cortó completo.

—¡Callaros de una puñetera vez! ¿Es que no lo veis? ¡Se está muriendo, joder! —gritó Leisy con los ojos llenos de lágrimas. Edmund volvió a toser y más sangre salió por su boca. Algo le había dado y no dejaba de afectarle.

—He visto eso antes. —dijo una voz detrás de los cuatro jóvenes. Al instante, una mujer apareció de repente en mitad del pasillo. Llevaba el pelo recogido en una coleta, una máscara dorada cubría su rostro, y llevaba una capa dorada que le cubría toda la espalda y roza el suelo levemente.

—¿Quién eres? —se atrevió a preguntar Joan. La mujer dorada observó al joven acercándose a él.

—Me temo que ahora mismo eso no importa, Joan Harrington. —dijo la mujer dorada. Joan miró sorprendido al oír que sabía su nombre.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Eres el actual líder de los plateados, todo el mundo sabe tu nombre. —explicó la mujer dorada, que acercándose más, se puso de rodillas junto a Leisy y a Edmund—. Puedo curar a vuestro amigo... con una condición.

—¿Qué quieres? —esta vez fue Marie Moon quién habló.

—De ti nada, Marie Moon... Primero curaré a vuestro amigo, parece ser que Charlotte Hunter le ha lanzado uno de sus rayos eléctricos que te perforan lentamente... Mi marido murió por varios de esos...

Joan miró confuso a aquella mujer, no entendía de donde había aparecido. Había aparecido como si pudiese volverse... invisible.

Lentamente, la mujer acercó sus manos al cuerpo tembloroso de Edmund Rhodes. Las colocó encima, con las palmas de las manos apuntando hacia abajo. La mujer cerró los ojos y se concentró cogiendo aire. Poco a poco Edmund Rhodes dejó de temblar y su respiración se fue volviendo más normal, sus ojos se cerraron, cayendo dormido.

La mujer se puso en pie y miró a los otros tres jóvenes.

—Por favor, entregadle este papel a Héctor Harrington. Por favor, no lo intentéis leer. La tinta no aparecerá hasta que él mismo toque el papel. —explicó la mujer entregándole un pequeño papel doblado a Joan.

Nubes de TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora