Capítulo 8 -Leisy Hunter-

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La melodía de la canción era preciosa. Llenaba cada ápice de espacio, y lo envolvía con su dulce melodía. Le llenaba tanto por dentro, que incluso sonreía mientras escuchaba.

Leisy Hunter, miró a su padre, mientras ella tocaba el piano. Su padre le devolvió la sonrisa.

Leisy volvió a mirar las partituras, y se concentró en las últimas notas de la canción. Y finalmente, la melodía cesó.

Su padre comenzó a aplaudir.

–¡Excelente, hija! ¡Sin duda, tienes un talento extraordinario para la música! –sonrió el padre.

Su hija mostró una leve sonrisa, y asintió.

–Papá, el año que viene cumpliré diecisiete. Los mismos que tenías tú, cuando te enamoraste por primera vez. Me preguntaba... Si me podías... ¿Me podrías contar la historia de lo que ocurrió? Sé que mamá te prohíbe hablar de aquello que ocurrió en The Academy Maxime. Tengo todavía curiosidad.

Henry Hunter miró a su hija durante varios segundos, callado. Se levantó y se dirigió a la ventana. Miró como en la calle de Blueville varios niños jugaban entre ellos con una pelota.

–No puede enterarse tu madre de lo que te voy a contar a continuación. –se limitó a decir. Leisy, se levantó del taburete, se alisó con las manos el largo vestido blanco que llevaba y se acercó a su padre.

–Papá, confía en mí. No le diré nada a mamá. –dijo la chica. Su padre sonrió.

–Todo empezó hace veintisiete años. Una chica algo loca, llamada Claire Carter, llegó al internado. Todavía recuerdo la primera vez que la vi. Ella llevaba el pelo suelto, y rizado. Era oscuro, muy parecido al tuyo. Su piel, era pálida y suave, como la porcelana. Y sus ojos, eran... sus ojos eran grandes, del color de la caoba. Iba andando por el pasillo, y abrazaba unos libros contra sí, como si fuese lo único que la sostuviese en pie. Tenía la mirada perdida, estaba triste. Fue... mirarla, y pensar, ella es, ella es la chica indicada. Ella iba tan despistada mirando el suelo, que se chocó conmigo y cayó al suelo. Y entonces, en ese justo instante, desde el suelo, ella me miró. Y lo vi todo. Ella era todo. No recuerdo exactamente lo que dije, pero sé que fue algo como "¡Mira por dónde vas!". Mis amigos y yo seguimos caminando. Y no la ayudé a levantarse ni a recoger los libros. Pero yo me sentía bien. Sentía las ganas de girarme, acercarme y hablar con ella. Pero yo era una persona muy popular, y mis amigos opinaban que tenía una reputación que mantener. Días más tarde, me dio igual las recomendaciones de mis amigos. Me quedé con ella encerrado en una habitación porque la pared de la salida se derrumbó y no pudimos salir durante bastante tiempo.

–¿No pasasteis hambre?

–La verdad es que no, nos quedamos encerrados en las galerías del internado, donde tenían la despensa. Y donde había algunas antiguas habitaciones con baños.

–¿La gente no se preguntaba dónde estaríais?

–Sí. Pero no podíamos salir, ni nadie podía entrar. Un nargge plateado, me atacó con uno de sus dones. Y hasta que el efecto no desapareció, no pudimos salir.

–Vaya. –dijo Leisy. Padre e hija se fueron a sentar a un sofá.

–Desde que nos quedamos encerrados, empezamos a quedar todos los días para vernos en secreto. Yo salía con Marine Rhodes en aquel tiempo...

–Espera... ¿Marine? ¿La esposa del líder de los dorados?

–Sí, uno de mis amigos, Cesar Rhodes, le presentó a su hermano a aquella chica. Era la chica más popular del internado.

–Joder, papá. No me habías dicho que cuando eras joven habías salido con la madre de mi novio. –dijo Leisy, que soltó una carcajada.

–Hay muchas cosas, que aún te quedan por descubrir. Incluso a mí, con mis cuarenta y cuatro años.

Nubes de TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora