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Los pitidos de una máquina resonaron en mis oídos, obligándome a abrir los ojos. La luz blanca me cegó de manera instantánea, por lo que intenté levantar mi mano, la cual estaba conectada a una diversidad de conductos. Respiré un aire extraño, llevaba una mascarilla. Logré inclinarme un poco, haciendo que la herida en mi hombro ardiera. Examiné la habitación y vi que a mi izquierda, junto al rincón, estaba Alex durmiendo en un sillón, tapado con una manta verde.

—Alex—hablé. Pero nada salió de mi garganta. —Alex—intenté nuevamente, y un murmullo apenas audible salió de mi garganta. —Alex—volví a decir, y esta vez mi voz salió normal, y ligeramente fuerte. Cada intento de hablar raspaba mi garganta, aumentando el dolor de mi cuerpo. Alex se despertó sobresaltado y me miró. Di las gracias a Dios porque me escuchó e intenté sonreír. Alex abrió los ojos y corrió hacia mi.

—Oh Dios mío, Arianne—unas lágrimas salieron de sus ojos y escurrieron por sus mejillas. Levanté mi mano derecha y acaricié su cara con delicadeza, llevándome unas cuantas lágrimas. —Iré a buscar al doctor, no te muevas—dijo mientras limpiaba sus lágrimas con el dorso de su mano. Se levantó del suelo y corrió hacia la puerta, dejándome sola en la habitación. Miré a mi alrededor. El suelo y paredes brillaban, dejándome algo ciega. La puerta se volvió a abrir y por esta entraba un hombre de bata blanca, con Alex siguiéndolo por detrás.

—Buenos días Arianne—dijo el hombre acercándose a mi mientras sacaba lo que al parecer era una linterna de su bolsillo. La encendió y se inclinó sobre mi para revisar mi herida vendada. Alex se cruzó de brazos mientras me miraba atentamente. El hombre sacó los vendajes de mi hombro y comenzó a iluminar.

—¿Algo anda mal?—escuché a Alex.

El doctor apagó la linterna y se incorporó sin dejar de mirarme.

—Todo en orden; mañana por la mañana se le dará de alta.

—Alex—murmullé. Ambos me miraron y moví mi mano derecha para tocar la mascarilla. El doctor se acercó a mi para retirar la mascarilla de mi boca y la dejó entre mi cuello y pecho. El hombre presionó unos cuantos botones detrás de la cama y lentamente comencé a inclinarme hacia adelante. Ahora veía la habitación con más claridad, Alex estaba a mi derecha.

—¿Caleb?—miré a Alex. El acercó una silla y se sentó a mi lado. Tomó mi mano y sonrió.

—Viene en camino—susurró. El doctor se retiró en silencio.

—¿Qué paso?—fruncí el ceño. Recordaba todo, pero no sabía el porqué estaba internada en el hospital.

—Después de que te desmayaste te internaron para poder sacar la bala de tu hombro. Habías perdido mucha sangre, por lo que tuve que darte un poco de la mía—tartamudeaba un poco. —La bala estaba muy adentro de tu hombro, por lo que tardaron unas largas y dolorosas horas, para mi—frotaba mi mano con suavidad. —Pero ya estás bien, no debes preocuparte por nada, cariño, fue todo mi culpa, lo siento—besó mi mano. Sonreí ligeramente y cerré los ojos.

—¿Le dijiste a la policía?—le pregunté. El asintió.

—La están buscando—soltó mi mano y frotó sus ojos. Unos gritos que provenían del pasillo llegaron a mis oídos.

—¿Dónde diablos está?—se le notaba enojado.

—Señor, el horario para visitas terminó hace una hora.

—¡No me interesa! ¡Díganme donde esta!—los gritos eran más cercanos. La puerta se abrió de golpe. Un Caleb con el cabello alborotado sostenía la manilla.

—Oh Dios mío, Arianne—Caleb se acercó a mi cama y se inclinó sobre mi con el ceño fruncido. Sonreí a penas y el besó mi frente.

—Caballeros, la hora de vis—una enfermera se asomó por la puerta.

Señorita [DMAF#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora