¿Estamos lejos de casa?

DOS

-Tengo sed- repito. Nadie vuelve a oírme, pero por lo menos pude abrir los ojos. Una claridad me hace entrecerrarlos, pero al rato me acostumbro. Estoy rodeada de camas y gente acostada. Personas sentadas, apoyadas a las paredes. Algunos van y vienen todo el tiempo y el murmullo es insufrible. Ojalá pudiera volver a estar como antes. No veía y oía a nadie. Siempre me empeño es esas cosas estúpidas. ¿Qué mejor que dormir?

Un olor hediondo llega hasta mi nariz. Es un terrible asco. Nunca lo había olido antes por lo que me da unas ganas tremendas de vomitar. Giro hacia la derecha bruscamente y vomito. Los brazos me quedan colgando al costado de la cabeza, a pocos centímetros del suelo y eso asqueroso que acabó se salir de mi boca. No tengo fuerzas para volver a incorporarme.

Unas manos se apoyan sobre mi cintura e intentan girarme. Es inútil. La persona parece pedir desesperadamente algo en una lengua inentendible. Oigo pasos. Esos malditos pasos que vienen hacia mí. ¡Sálvenme, por favor!

Y así es, me sujetan de los brazos también y vuelven a colocarme en la posición en la que me encontraba antes de las náuseas. Ese brusco y rápido movimiento hace que pierda la noción del espacio. Ahora todo se mueve. Lento, pero vuelve a moverse, y demasiado borroso. Fijo la vista en un punto de las mantas blancas de mi cama. Es inútil. El olor nuevamente. Otro vómito. Otras manos que me acomodan. Alguien se sienta en mi cama. Lo veo borroso, pero no por los mareos. Por las lágrimas. Cierro los ojos.

Un pañuelo recorre mi mentón barriendo un resto de saliva. Y luego, siento unos dedos bailando por mis mejillas secando las lágrimas. Lo miro. Es un hombre, creo. Lleva un uniforme verde. Abro la boca para hablar, pero los ojos se me cierran y la figura se esfuma.