Gol Del Destino (Lionel Messi)

Hogar

-Me veo gorda

-Te ves hermosa

Ocho meses. Parecía que me había comido una pelota grande, enorme. Estábamos decorando el cuarto de Luana, las paredes eran blancas, y colgadas de ellas habían dibujos de guitarras y pelotas de fútbol. Una cuna blanca reposaba en el centro de la habitación, dentro de ella se encontraban todo tipo de peluches que le habíamos comprado. Bueno, más él que yo. Lionel estaba fuera de control, todo lo que veía lo quería para su hija, la había inundado de regalos. Y a mi de comida.

-La podes ir cortando con los chocolates y los postres, ¿no?

-Si te encantan

-Sí, pero voy a engordar mil kilos. Después me vas a dejar por una modelito

-No te dejaría ni aunque no te pudieras levantar de la cama

-Lo vas a lograr

-Creo que está todo listo, ¿no? -preguntó observando el cuarto-

-Sí, sólo falta que llegue

-¿Estás nerviosa?

-Un poco, sí. ¿Vos?

-Yo no veo la hora que llegue. La quiero tener en mis brazos

-A veces sos tierno

-Gracias

-¿Por qué?

-Por haber nacido

-Cursi
-

Los dolores comenzaron alrededor de las 4 AM. Parecía que la bebé quería romperme por dentro.

-¿Estas bien? -preguntó Lionel mientras se frotaba ojos-

-Sí, éso creo. Son contracciones normales, aún no es el momento

En ése instante rompí fuente. Tomamos todo lo que necesitábamos, Lionel despertó a mis padres y los suyos, que habían llegado recién ayer. Subí en el auto con el papá de Lionel mientras él llevaba a mis padres en otro.

-¡AHHHHHHH!

-¿Estas bien Mara?

-Sí sí Jorge, conduzca. Son dolores normales

Lloraba, gritaba, insultaba a Lionel en mi mente. Cosas típicas de las contracciones. El teléfono sonó y Lionel me habló desde el otro lado.

-¿QUÉ QUERES?

-Tranquila, respira conmigo. Toma aire. Pensa en cosas lindas

-¿De qué libro lo leíste?

-Ninguno. Lo vi en una película. Ahora respira. Uno, dos, tres...

Respiraba, y pocas veces seguía sus instrucciones, sólo con el hecho de oír su voz me calmaba. Ésa voz protectora que siempre había estado ahí para mi, guiandome. Sentía sus brazos, ésos que me habían sostenido cuando estuve a punto de caer. Quizás todo era una locura, quizás no éramos tal para cual y quizás jamás seríamos una pareja perfecta pero, estábamos para ayudarnos. Para salvarnos. Y éso para mi, era lo más importante.

-

-A ver Mara, ahora necesito que pujes, muy fuerte

-Dame la mano -le ordene a Lionel-

Y puje. No existe una definición certera del dolor que se siente en ése momento. Sólo dura unos minutos, pero parece que pasaran años. Sólo piensen en expulsar un ser humano fuera de su cuerpo, y tendrán una idea.

-Sólo un poco más

-Dale amor, un poquito más, dale

Puje, y puje, y puje. Y finalmente oí el llanto de Luana, fuerte y claro. No pude verla, al instante la llevaron a limpiarla.

-Ya está. Ya está amor, esta acá, lo hiciste. Te amo

-Te amo

-Amor

-¿Qué?

-¿Podes soltarme un poco la mano? Creo que me la estas por quebrar

-Ay sí perdón

Una enfermera apareció frente a mi, con mi bebé envuelta en una manta blanca, y me la entregó.

Jamás había visto algo más precioso que Luana. Estaba tranquila, con los ojos bien abiertos, analizando todo lo que veía. No le veía parecido a ninguno aún, y no me importaba, era el ser más hermoso que jamás había conocido.

-Es perfecta -dijo Lionel-

-¿La queres tener?

Asintió, y la entregue en sus brazos. Se sentó en la cama conmigo y lo abracé por detrás, rodeando con mis brazos su cintura. Él la miraba como si fuera algo único e irrepetible que debía cuidar con su vida, y tenía razón.

Hace algún tiempo, yo les conté que para los mochileros siempre existiría un lugar del cual nos habíamos enamorado, y que cuando lo encuentras simplemente no puedes alejarte de él. Lo llamamos el paraíso, el de Luana (mi amiga) era Barcelona. Yo creí que jamás lo encontraría, pero estando aquí, viendo a las dos personas más importantes de mi vida, me di cuenta de algo: mi paraíso no era un lugar. No era una playa, una montaña o una ciudad.

Mi paraíso era Lionel y mi hija, donde quiera que estuviéramos. Ellos eran mi hogar.