Capítulo 18: Mustio

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Mi mente se encontraba nublada, me encontraba de pie procesando lo ultimo que había visto cuando nuevamente más recuerdos empezaron a pasar frente a mí. Eran un poco lo mismo que los anteriores, pude ver a un hombre nacer y crecer en Alemania un poco más moderna, había carruajes aún, pero sabía que era ligeramente más reciente. Vivió una guerra en la que ayudo a asesinar a miles de soldados tanto del frente enemigo como de su propia nación.

Vi a otro crecer en Italia en una vida más lujosa que cualquier otro, pero aún así viviendo infeliz al no poder estar con la chica de la que se había enamorado, al punto que cuando murió y renació, no dudo en aniquilar a sus padres y a todo aquel a quién consideraba se había interpuesto en la relación que tanto anhelaba y que trato de unirlo a otra mujer que despreciaba.

Ahora me encontraba viendo a un joven en sus veintes aproximadamente, este se encontraba encadenado junto a muchos otros mientras iban siendo escoltados a lo que supuse era una ciudad. Cuando llegaron, el hombre que los había escoltado se dirigió a un soldado una armadura que solo le cubría el pecho, una especie de falda roja y un casco que le cubría parte de la cabeza, pero no la cara.

—Aquí están los esclavos que prometí —dijo el hombre dirigiéndose al soldado.

Este hizo una seña a otro soldado que se encontraba dentro de una estructura echa totalmente de piedra quien salió a inspeccionar a todos los hombres que habían llegado.

—Este parece enfermo —dijo apuntando a uno de los tantos hombres encadenados—, este no nos servirá.

Lo apartaron de los demás y prosiguieron a llevarse al resto. Los guiaron para que se adentraran a la edificación, una vez adentro les comenzaron a retirar las cadenas y los introducían en una especie de prisión bastante amplia.

—Bien, serán entrenados durante dos días para el combate —empezó a mencionar uno de los soldados—, y después será la suerte de cada uno. Pueden ser libres si se mantienen ganadores durante algunos combates o sí alguien compra su libertad.

Los recuerdos avanzaron y veía al mismo hombre acostado en un montón de paja mirando al techo de piedra que tenía encima. Se notaba nervioso y triste.

—¿Cuál es tu historia? —le preguntó uno de sus acompañantes

—No es tan relevante, fui aprisionado tras un combate donde incendiaron el pueblo al que pertenecía. Mi esposa e hijos murieron al igual que mis padres y terminé como esclavo, así llegué a este lugar —dijo el hombre sin haberse inmutado.

Los hombres siguieron en su platica, cada uno estaba relatando la forma en que habían sido esclavizados. Un soldado llegó a donde se encontraban y se dirigió al hombre.

—Tú, sígueme. Hay que prepararte —dijo señalando al hombre que observaba.

Este se incorporó y salió siguiendo al soldado. Lo llevaron a un cuarto donde le colocaron unas grebas, una lanza y un pequeño escudo. Escoltaron el hombre hasta una arena donde el sol lo cegó por unos instantes, era una especie de estadio llenó de gente donde la gente pavoneaba sin cesar. El hombre miro alrededor, nunca se había imaginado terminar en ese sitio.

Al otro extremo de la arena, salía otro hombre que vestía igual a él, pero este sostenía una espada curva y un escudo pequeño. Ambos hombres se acercaron y comenzaron a pelear.

El hombre de la espada se notaba ya algo diestro, aunque se le podían notar algunas cicatrices en el abdomen. Mientras que el hombre de la lanza, algo torpe, cubría algunos de los ataques que le lanzaban tratando de dar alguno con su lanza.

Lograron hacerle un corte en un brazo, lo que hizo que por un momento bajará el escudo. Pero inmediatamente se incorporó y al ver a su enemigo tan seguro al lanzar su siguiente ataque, este le clavó la lanza a la altura del corazón.

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