Capítulo 2: Renacimiento

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Lentamente abrí mis ojos y sentí como mis retinas parecían quemarse. Escuchaba a manera de ecos varías voces hablarme a la vez a manera de susurros. Traté de aspirar aire, pero en su lugar parecía que lo que inhalaba era una especie de gas pimienta, pues sentí que, al igual que con mis retinas, se me quemaban los pulmones.

Cuando mis retinas dejaron de sentir el agudo dolor (aunque no se había calmado del todo) pude ver una luz blanca que no me permitía enfocar lo que estaba a mi alrededor. De manera difuminada, alcance a percibir una silueta a lado mío, que en el instante que intenté mover mi cuerpo, giro en seco y, aunque no lo sabía, supe que había posado su mirada en mí.

Corrió rápidamente hacia mí mientras empezaba a llamar a alguien. Intentaba levantarme, moviendo mis brazos para poder impulsarme sobe lo que fuera en donde estaba acostado; pero no podía, el cuerpo me pesaba más de lo normal y varias punzadas me recorrían la mayor parte de este. La primera y la que me hizo rendirme al instante, fue un dolor que me recorría toda la cintura. Sentía como si tuviera alguna varilla que me atravesaba a través de mis caderas y que, en cierta parte, rosaba mi fémur. Recuerdo que tense mi mandíbula e intente con fuerza cerrar mi puño, aunque la fuerza a este nunca llego.

Pasó poco para que mi vista pudiera enfocar mejor el lugar donde estaba. Parpadeé varías veces hasta que pude ver mejor mi entorno. Ya no era un túnel del que emergía una luz intensa e incandescente que me obligaba a cubrir mi vista con mi mano que recibía todo su calor. Ahora me encontraba en una habitación que, en su mayoría, era de color blanco.

Las paredes y plafones eran de dicho color (y podría jurar que en los pasillos esto era igual). El piso tenía un azulejo de color café y cerca mío, de lado izquierdo, había un atril para suero con una bolsa de dicha sustancia, junto a una pequeña repisa con un aparato que emitía un pitido de manera cíclica.

Una persona con bata blanca llegó y empezó a observarme con una lámpara que parecía un bolígrafo, se acercó a mí y apuntó la luz a mis ojos, moviéndola de un lado a otro frente a mí. Si mi vista se encontraba aturdida, esto lo complicó un poco más.

—¡Vaya!, nos diste un susto.

—¿Qué pasó? —pregunté un poco desconcertado y asustado.

—Fuiste embestido por un automóvil. Posiblemente te duela el pecho; tuvieron que reanimarte.

Me sentía algo confundido, recordaba a aquel vehículo embistiéndome, pero recordaba aún más aquella ciudad tan extraña con aquellas sombras como pobladores. Por mi mente no pasaban más cosas que no fueran dudas y preguntas sobre todo lo que había sucedido y no podía evitar cuestionarme sobre lo que había sucedido en realidad.

«No te mueras» escuché en mi mente como un susurro.

—¡Gabriela! —fue lo que logré exclamar tras haber oído esas palabras.

—Debe de ser su amiga ¿verdad?

—Sí, ella estaba en el accidente, ¿está bien?

—Pues el único que fue impactado por el automóvil fuiste tú. Posiblemente debe de estar en la sala de espera, pero no podrá ingresar a visitarlo, solo sus familiares y solo podrán unos breves instantes, pues la hora de visitas está por terminar.

El doctor se quedó estático por un momento y mirando hacia la nada. Mantuvo su mirada fija en la pared durante unos momentos y sus ojos se abrieron como platos. Sentí que en cualquier momento iba a desmayarse o algo parecido, pero no fue así, de un momento a otro salió del trance en el que había entrado y agito su cabeza como sacando algo de ella.

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