Capítulo I: El Plan de Lupin

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Se cumplía la tercera semana desde que salí a vacaciones de verano, y todo este tiempo lo había dividido entre las horas que me quedaba en la mansión Nott y las horas que me quedaba en la Mansión Malfoy. Ni Draco, ni Theo ni yo teníamos idea de lo que ocurría, pero los adultos parecían estar en constante movimiento.

Cepheus aún no aparecía físicamente, pero sabía que estaba rondando cerca; se comunicaba constantemente con Lucius y continuaba trabajando con normalidad en el ministerio. No se tocaba en ningún momento el tema de su castigo del año pasado o siquiera el hecho de que ya no vivía con mi madre, simplemente dejábamos pasar el tiempo como si hubiese algún motivo para festejar. Las cenas eran grandes, voluptuosas, llenas de comida que sólo algunas familias podían permitirse, y las charlas no eran nada divertidas para adolescentes de trece y catorce años. Por eso mismo, los chicos y yo nos retirábamos para jugar quidditch, leer El Profeta, El Quisquilloso o estar al tanto de las semifinales del Mundial. 

Todas las noches revisaba el pergamino que contenía los días del año 1994. En teoría tendría que estar trabajando en controlar "mi magia", pero justo ahora lo que más me interesaba era no saltarme el día en el cual iba a reunirme con Remus nuevamente, y ya había convencido a mi madre de que saldríamos juntas como una reunión de madre e hija, sin nada especial de intermedio.

— Sirrah, no me dejas sacar el vinilo —se quejó Draco.

Me hallaba en este momento en su habitación, recostando un pergamino contra el arca de los acetatos para poder escribir sin mayor interrupción, salvo él, claro.

— Espera un momento —pedí, firmando la carta que iba a Lupin con el apodo "Lunático". 

— ¡No es justo! ¡Cuando Theodore llegue sólo escucharemos a los Rolling Philosopher Stones! —se sentó en la parte despejada del arca, cruzado de brazos— . Siempre le das el gusto a él.

— No estás celoso —repuse con ironía. 

— ¡Por supuesto que no! —casi gritó.

Reí ligeramente.

— Es lo que dije, idiota —soplé el pergamino para que la tinta se secara, lo doblé y se lo pasé a Ara, quien abandonó el dormitorio por la ventana— . Ya, ahora sí —abrí el arca y pasé mi mirada por todos los vinilos  que se hallaban cuidadosamente organizados— . ¿Qué te parece Cursed Sabbath? —él arrugó su nariz.

— Yo quiero Daft Magic Punk... o The Weird Witches —miró los afiches de las paredes, cansado de nuestra discusión por música que se ha extendido ya a nueve días.

— ¡Pero si hemos escuchado a esos grupos desde la semana pasada! ¡Dales un respiro! —protesté, buscando más vinilos— . ¿Qué tal... Invisible Floyd? ¿The Witches & The Magicians? ¿Fantastic Animals?

— ¿Qué tienes con las bandas de los sesenta? ¿Te traumatizaron o algo? —suspiré lentamente.

— The Phoenixes es, entonces —sonreí, tomando el acetato para después situarlo en el tocadiscos y disfrutar de lleno su música.

— ¡Pusiste a los más grandes representantes de los sesenta! ¡TRAMPOSA! —salió de su recámara dando un portazo— . ¡MI PADRE SE ENTERARÁ DE ESTO! —escuché sus retumbantes pasos por el pasillo debido a la gruesa alfombra que cubría el suelo y, luego de unos momentos, apareció nuevamente en el umbral— ¡ES MI HABITACIÓN, NO TENGO PORQUÉ IRME!

— Yo no me voy a ir —fruncí el entrecejo y me abalancé sobre la cama, respirando el delicioso aroma del perfume de Draco— , estoy escuchando a los Phoenixes. 

— ¡¿Cuándo te vas a ir?! —dio una patada en el suelo, recordándome a los centauros. Y con sus tiernas mejillas rojas me iba a hacer estallar de diversión.

Sirrah Black & el Torneo de los Tres Magos | SBLAH #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora