Capítulo X: Ojo Loco Moody

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— Por favor, profesor Moody, si es algo referente a Black, le pido que no me entrometa en ello. Puede resolverlo directamente con su persona —fueron las primeras palabras que pronunció Snape, hasta que sus ojos negros se posaron en mi primo, quien no había cambiado ni un ápice de su doloroso semblante— . Bien, diga lo que tiene que decir —finalizó, ahora sin una expresión de cansancio.

No participé en ningún momento de la conversación, excepto cuando el maestro de DCAO me interrogó el porqué de mi desobediencia, a lo que yo simplemente respondí "es mi primo". No sé que otras cosas debatieron, aunque noté que el Jefe de mi casa no se perturbó ni un segundo en cuanto escuchó mi acción de aruñarle el rostro a Harry.

— Fue un acto de defensa —replicó con serenidad— , algo muy honorable a mi parecer —y fue así como no quedé castigada. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de Draco, quien tendría que asistirle a Filch por tres días. El castigo empezaría en una semana, puesto que según el profesor Snape (y yo concordaba con ésto) tenía que recuperarse de tal falta tan humillante.

Mi primo abandonó la mazmorra cuando se le concedió el permiso y, claramente, lo seguí. No era realmente necesario el que me lo pidiera, de por sí su autoestima estaba por el suelo, ¿no?

— No hagas esto —pidió cuando caminé a sus espaldas hasta adentrarme en la habitación que compartía con Crabbe, Goyle y Theo. 

— No lo dices en serio —repuse suavemente, examinando el lugar minuciosamente.

Siempre había escuchado eso de que los hombres eran desorganizados, (tío Lucius, mi abuelo y Cepheus eran la prueba viviente de que era un mito) pero aquella alcoba iluminada de un verde esmeralda (como toda nuestra casa) estaba más limpia que la mía con Margot, Higgs y Davis. Las sábanas no tenían ni una sola arruga y cada cosa estaba pulcramente ubicada en un lugar específico, como si los detalles jamás hubiesen sido tan obvios. Los ubicación de las pertenencias de cada uno parecían formar figuras geométricas. Era más que tranquilizador. No obstante, me di un golpe brusco contra la realidad al escuchar unos sollozos muy cercanos, los cuales parecían ser silenciados a la fuerza.

— ¿Estás... llorando? 

De acuerdo, hasta a mí me parecía que había sonado estúpida, pero esto era serio. La última vez que se había dado la libertad de hacerlo fue cuando volví de Finlandia, y eso porque lo fastidié demasiado al no darle su regalo de cumpleaños a penas llegué.

— ¡¿Y a ti qué?! —exclamó, tirándome una mirada despectiva que no le salió demasiado bien puesto que sus ojos ya habían adquirido la típica coloración rojiza y, vamos, intentaba esconder sus rostro contra una almohada— ¿No d-deberías irte a ver si la he-herida del maldito de San Potter está c-curada? —maldijo mudamente al escucharse a sí mismo titubear.

Bueno, era obvio que lo haría, pero no era mi principal consternación por el momento.

— ¡Eres tan...! —comencé a gritar pero me detuve, ya que que no dejaba de llorar— ¡Idiota, eso es lo que eres! —me senté a su lado, sin decidirme qué hacer. 

— ¡LÁRGATE, BLACK! —exclamó con la voz rota— ¡LÁRGATE YA! —solté un enorme suspiro y lo rodeé con mis brazos con fuerza, a pesar de que se resistiera al principio.

Intenté peinar su cabello mientras se escondía en mi clavícula, lo quería muchísimo como para dejarlo de aquella manera. Se veía devastado. 
Y era consciente de que había burlado terriblemente a Ron, pero el castigo de Moody me había parecido demasiado. 

— Sabes que estuvo mal, ¿no? No puedes ir por la vida insultando las madres de otros —murmuré, subiéndome totalmente a su cama adoselada para continuar consintiéndolo como a un niño pequeño— . Mucho menos por algo tan fútil como lo es el peso...

Sirrah Black & el Torneo de los Tres Magos | SBLAH #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora