Capítulo XXV: La Última Prueba

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En el transcurso a junio el nerviosismo me estaba matando. La tercera prueba estaba cerca, al igual que el siguiente año. Sentía como si el tiempo estuviese corriendo demasiado rápido: una semana entera pasaba y no había terminado de procesar el primer día.

Durante las últimas semanas Hermione, Ron y yo habíamos estado ocupados practicando con Harry todos los hechizos posibles de defensa y ataque. Estaba teniendo un par de problemas con el encantamiento escudo, pero ya había dominado el obstaculizador, la maldición reductora y el encantamiento brújula. Y todo avanzó aún mejor cuando la profesora McGonagall nos cedió su aula durante la hora de la comida al cansarse de tener pequeños infartos cuando nos encontraba escondidos en los rincones del castillo.

La tarde previa a la prueba atrapé a Harry antes de su última clase. Había planeado una decena de excusas para que se quedara conmigo, pero no fueron demasiado necesarias.

— ¿Me llevas a una cita o algo así? —preguntó divertido cuando lo jalé del brazo por los pasillos. Tuvimos que hacer todo tipo de maniobras para evitar a Peeves y a los fantasmas.

— Mm, no es una «cita» como tal —dije, buscando un aula vacía—. Sólo preparé un par de cosas para que pasemos la tarde juntos.

— Es decir... una cita.

Lo miré muda y él, orgulloso, me guiñó un ojo.

— Ehh, esas confianzas, Potter —bromeé.

Cuando nos adentramos a un salón vacío, agarró la bolsa que yo llevaba en las manos.

— ¿Qué traes aquí? —preguntó—. ¿Y esto? —levantó una ceja.

Había una caja de galletas con glaseado de corazones. Solté una carcajada.

— Le pedí a Dobby que te hiciera galletas —informé. Me miró con sospecha—. ¡De verdad! ¿Me crees tan cursi? ¡Eh, mira! —sacé una bola negra—. Vale, quizá fui lo suficientemente romántica para intentar hacer galletas, pero fracasé estrepitosamente. ¿Quieres ver? —asintió vehemente.

Tomé la galleta que asemejaba un trozo de carbón y lo tiré hacia la pizarra con fuerza. Esta dejó una hendidura y cayó al suelo, sin soltar una migaja.

Lo miré orgullosa.

— ¿Querías mostrarme lo sólido que es tu amor por mí? —bromeó. Solté una carcajada.

— Al menos lo intenté, ¡y no quemé toda la cocina! Para alguien que nunca ha cocinado en la vida, es un buen comienzo, ¿no? —lo miré sonriente, pero Harry estaba boquiabierto.

— ¿Quemaste la cocina? —repitió atónito.

— Pues... como todos al principio, ¿no? —pero su expresión mostraba lo contrario. Me sentí intimidada—, ¿no?

— Ahh... sí, claro —respondió al fin, intentando restar importancia. Pero cuando notó mi súbita decepción, se sentó a mi lado—. Bueno, tal vez no, pero no pasa nada, Rah. Nadie suele empezar a cocinar horneando cosas.

— ¿Y si nunca aprendo?

Se encogió de hombros.

— Puedo cocinar por ambos.

— ¿¡Sabes cocinar!? —salté sorprendida. Ahora se me hacía aún más atractivo.

— Claro, desde que aprendí a moverme, probablemente —hizo una mueca—. No vivo con los Dursley de gratis, ¿sabes?

— Pues vaya —bufé—. Me gustaría visitar a tus tíos y echarles una dulce maldición.

Me miró divertido.

Sirrah Black & el Torneo de los Tres Magos | SBLAH #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora