Capítulo Tres

5.2K 529 277
                                    


¿Conocéis esa sensación de felicidad? Esa, la que suena a gloria en clase. Esas maravillosas palabras pronunciadas sin cuidado alguno. Exacto, esas, las de: hora libre, el profesor no puede venir. Y ya cuando esa hora es la última... Es algo que tienes que vivirlo para saber cómo se siente, no puedo describirlo.

Cogí mi mochila y me la colgué al hombro saliendo de clase. Aún no me lo creía. Me apresuré por si acaso cambiaran de opinión y decidieran obligarnos a hacer algo estupendamente inútil:

- ¿Estás libre esta tarde? -me preguntó Andy una vez fuera del instituto.

- Si, creo -me paré a meditarlo. Suelo olvidarme con frecuencia de las cosas.

- ¿Te vienes a mi casa? -cuestionó apartándose el pelo de la cara mientras caminábamos.

- Por supuesto, pero tendré que preguntárselo a mi padre -nos paramos en el cruce que nos dividía-. Aunque no creo que diga que no -me encogí de hombros.

- De acuerdo, entonces nos vemos después -sonrió despidiéndose.

- Adiós -le devolví el gesto viendo como su cabellera rubia desaparecía entre la multitud.

Miré la hora en el móvil y volví a guardarlo. Tenía tiempo de sobra. Giré mi cuerpo al lado contrario del que se había ido Andreas y me puse en marcha. Esto solía hacerlo mucho, cuando acababan antes las clases iba a visitar a mi padre a su academia y después comíamos por ahí.

El lugar estaba a diez manzanas de mi instituto y hubiera deseado teletransportarme si no fuera por el hecho de hoy extrañamente no hacía sol. Me gustaban los días nublados, pero hoy la sensación era diferente. Como de luto. Un jueves un tanto extraño.

Pero bueno, dejando a un lado mi paranoia, ya estaba a punto de llegar. Me paré en la acera de enfrente para observarla en todo su esplendor. No me cansaba, era preciosa. Mi padre tenía buen gusto y también unas fans muy chillonas. Todos los días lo mismo. Cerca de las dos, se agolpaba un gentío apabullante contra las cristaleras de la entrada haciendo un escándalo inhumano.

Sonreí autosuficiente. Él único que tenía derecho a reclamarlo era mi papá Taehyung. El resto se iba a quedar con las ganas.

Me acerqué a la multitud reconociendo tanto a chicas como a chicos que se empujaban por intentar ver algo. Bueno, más bien aquello parecía lucha libre cuyo orgullo se habían dejado en casa al parecer. Me coloqué en el mismo sitio de siempre y en cuestión de segundos la gran puerta dorada de la entrada se abrió saliendo dos seguritas vestidos de negro que, si soy sincero, siempre me han dado miedo, pero me caen bien. Son muy simpáticos.

Apartaron a la gente con cuidado y me abrieron el paso. Y aquí viene la parte que menos me gusta, las miradas. Cientos de ojos me atravesaron desde todos lados y las fotos no tardaron en hacerse, dejándome ciego. Vale, soy un exagerado, pero es que no veía una mierda. A mis oídos llegaban los comentarios de la gente, los cuales nunca escucho y tras breves minutos de intensa incomodidad, por fin me situé dentro sobre la mullida moqueta.

Las puertas se cerraron a mi espalda y todo el mundo volvió a protestar:

- Buenas tardes, Jungkook. Ha sido una sorpresa -me dijo la secretaría desde detrás del mostrador. Yo me acerqué y apoyé ambos brazos un poco agotado.

- Buenas tardes, Clariss. Hoy terminé antes las clases, así que decidí pasarme por aquí.

- Estoy segura de que alegrarás a tu padre, hoy ha tenido un día duro.

Cupid Jeon [VMin] {Corrigiendo}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora