Bajo el cielo desgarrado de un ocaso soñador,
millones de legiones reunidas en el sol,
convocadas por los versos de un solo Señor,
dirigen su mirada hacia un eterno resplandor.Un soldado relegado por su propio corazón
contempla el alma ardiente de su Vía, de su Dios,
y pide nuevamemte desde el fondo de su amor
un milagro que descienda de la fuente de calor.Esas brasas rojiazules que derriten el color
de un cielo empantanado con nostalgia y gran ardor
ya han guardado su sendero, ya han vivido como un son,
ya han quemado intensamente las llagas de su dolor.Pero de él surge una luz como la llama de un farol
más fuerte que las fauces de un monte en erupción,
que no puede explicarse ni con pruebas ni razón:
la fe de la miseria que mostró su corazón.Él observa las legiones en busca del Paraíso
y pide que amanezca, que renazca la belleza
en el rostro inmaculado de un motivo ya perdido,
el mismo que logró llenar su vida de grandeza.Mas de nuevo sufre el mundo los caprichos del amor,
y el sol que tanto anhela desde el mar de su interior
desciende reflejado en el rostro soñador,
en los ojos del motivo que fundióle en un clamor.Esta historia sucedió entre el saludo y el adiós
de una dulce melodía que conmueve la esperanza,
durante una gran marcha que buscaba fiel a Dios
y que por sus senderos recordó mil enseñanzas.