“Rompe el puto cristal”
le dijo el nigromante al sacerdote,
“con tus gritos de metal, tu silencio, tu aliento”.
La legión de animales que siguieron
a su amante
no entendieron esos signos en el cielo
y siguieron
matando vírgenes, una a una, poco a poco,
manchándose sus chalecos, sus cabellos, negros, de la sangre,
sus camisetas bordadas, de coronas, de escorpiones.
El que fue al templo una vez, lo vio, lo dio,
pero tú, amigo mío, estás a muchas vidas
de todo esto.
Sé que adorarías volver
al asfalto, a la estrada,
al hogar de tu magia
negra, y blanca;
mientras tu amigo Caronte
te lleva, te mata,
te arranca la piel a tiras, y tira
tu alma al fuego del Hades.
Pero tú sigues queriendo
dos copas, o tres,
un ticket a Mordor
y un mundo al revés;
y si fuese posible,
todo ello a la vez.
Oh, sí, tú deja que venga el blanco y te quite
tu libertad, tu dignidad, o lo que quede de ella,
tan sólo espera
mientras el asesino asesine
vírgenes, mientras se hunde
Atlantis, mientras Babilonia abre
sus puertas a la era del terror.
Insisto, ¿no sabes que estás
a miles de millas de esto?
A miles de vidas de esto: tu ceguera no es mayor
que la de un hombre,
ni menor.
“Ojalá vuele el cuervo ocre
y nos saque de esta mierda”
dijo el sacerdote al nigromante,
“nunca te he temido,
nunca antes.
Pero sus plumas curarán
toda esta sangre”.
Cuánta razón, te dijeron
que el arco iris no era más
que una ilusión. Cuánta razón, no está lejos
no tan lejos como tú crees;
tan solo estás a unos miles
de vidas distantes de él.
Pero sin mirarlo, písalo, tócalo, siéntelo
bajo tus pies, que no digan que está tan lejos,
tan lejos como tú crees, que no digan que el cáliz no quiere
que te mires por él, con él, y en él.
Tal vez veas un perro rabioso, o un cielo rasgado
del que caen gotas de cristal, de metal
que forman un lago en aquel
monte desolado,
en aquellas colinas que dan al mar.
Tampoco me hagas mucho caso,
pero si eres un perro
no dejes de ladrar (no te queda otra),
y si ves el agua, tómala en un vaso,
mejor cristal que hierro, en eso estaremos de acuerdo,
y sopla, no quieras que solo llueva en tu tierra,
no eres la única fiera
que necesita un guía cuerdo,
una luz brillante
o uno o dos cuervos.