Rostros rojos.

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—Comienza a oscurecer -susurro Joseph- Debes irte.

Lo miré incrédulo.

—¿Sólo yo? —arquée las cejas

—¿Qué? ¿No sabes volver a casa?

Miré en cualquier dirección que no fuese su rostro. Una vez más me sentí avergonzado conmigo mismo.
¡No! ¡No tenía ni idea de como volver a casa!

El pelinegro comenzó a reír.

Seguramente mi rostro comenzaba a adquirir un color rojizo por la vergüenza que estaba sintiendo.

—¿De qué te ríes? —lo miré mal, y me arrepentí de hacerlo, ya que probablemente pudiese notar mi sonrojado rostro.

Joseph se levantó del suelo, tenía la mano en su boca para —seguramente— ocultar su sonrisa. ¿Porqué no quería que la viese? ¿qué escuchara su risa como en realidad era? Tenía curiosidad. Curiosidad por saber porque ocultaba tantas cosas de él, es decir, a simple vista no se le notaba, pero cuando comencé a observarlo me di cuenta que todo el tiempo está oculto con una especie de caparazón donde nada ni nadie podía penetrarlo.
Agache la cabeza ante aquel pensamiento, era imposible... no podía acercarme a él... él no me lo permitiría.

—¿Bastian? —la duda en el tono de voz de Joseph me hizo despertar— ¿A dónde vas todo el tiempo?

¿A dónde iba él todo el tiempo? ¿En verdad él podía hacerme esa pregunta cuándo el único que podía preguntar eso era yo?
Si supiera... si tan sólo supiese que desde que le conozco el único lugar a donde voy es a donde su profunda mirada azul me arrastra...

Me quedé callado.
El silencio nos volvió a invadir y una vez más me sentí asustado por las cosas en las que comencé a pensar desde que le conozco ¿qué era exactamente lo qué me estaba pasando con Joseph? ¿Qué era lo qué me tenía tan hechizado?

Joseph suspiro y se llevó una mano a la nuca.

—Vámonos.

Me levanté y comencé a caminar a su lado. Seguíamos en silencio, otra vez estábamos sumergidos en nuestros propios pensamientos, básicamente era como si estuviésemos solos, lo único que nos hacía parecer como dos personas que se conocían era el hecho de que caminabamos al mismo ritmo y la misma altura.

Comencé a reconocer el lugar donde estábamos, no faltaba mucho para llegar a la pequeña choza de madera. Cuando llegamos Joseph suspiro una vez más, me miró con su transparencia y me revolvió el cabello con especial cuidado.

Me sonrojé. Este hombre intentaba matarme... ya fuese de vergüenza o de emoción, pero era seguro que yo moriría en manos de él.

—Hasta aquí termina tú guía, es hora de que regreses a casa.

—¿Qué? ¿Acaso soy un niño? -le mire con reproché.

Josehp se inclinó hacía mí y puso su socarrona sonrisa.

—Sólo un niño se echaría a correr sin saber a dónde va, como tú.

Oficialmente había perdido el color natural de mi rostro para reemplazarlo por el color rojo, el rojo más intenso que podía existir.

Me sentía muy avergonzado.

—Sí, sí, lo vi todo —su maliciosa sonrisa me descolocó.

Mis ojos se dirigieron al suelo lleno de tierra, quería evitar verlo directamente a toda costa.

—¿Todo? —susurre— ¿Lo viste todo?

—Sólo pude ver el final —su fingida tristeza me puso de nervios.

Fría Perfección. (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora