Detrás del corazón.

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En una tarde nublada estando recostado en mi cama, extrañando —como ya era costumbre— a Joseph, me pregunté si todo él no había sido más que una ilusión, un producto de mi dañado estado mental gracias a Nath y a las constantes peleas de mis padres, pero, a decir verdad, el hecho de que todo pudiese ser sólo una ilusión no sonaba tan mal... por mucho que me gustase Joseph, por muy hechizante que fuera su presencia y por mucho que su misteriosa personalidad me llamase la atención, no quitaba el que se la haya pasado engañándome, y, con ello trayéndome aún más problemas, así que quizás todo fuera mejor si de una vez por todas me alejaba de él, antes de que pudiese dañarme más.

Cerré los ojos queriendo alejar todos los pensamientos que tuvieran que ver con mi hermano y el ojiazul y aún más en las incógnitas de la choza, cuando escuché como la puerta de entrada se abría, molesto, me cubrí todo el cuerpo y la cabeza con el cobertor por si acaso a mi padre o madre se les ocurría fingir importancia por mí luego de varias semanas, no dudaría ni un segundo en darles una cucharada de su propio chocolate. Pero por la suerte con la que había nacido —una bastante mala por cierto—, no fue ninguno de ellos los causantes de perturbar mi desgraciada tranquilidad. 

—Ya me preguntaba yo que pudieses estar haciendo. 

Mi corazón estaba a punto de hacerse añicos a causa de esa voz. Ya había sido suficiente lo que el ojiazul había hecho por mí, yo decidía alejarme de él, pero era él el que me buscaba ¡oh, vaya suerte la mía! 

Presione con fuerza el cobertor con toda la intención de nunca salir de la cama para encontrarme con la fría perfección y volver a perderme en aquellos encantadores ojos, ¡maldita sea, ya había pensado en ellos! Asomé un poco la cabeza en dirección en donde había escuchado su ronca voz, sólo para echarle un vistazo a sus azules ojos y de inmediato volví a cubrirme. 

—He perdido, ahora puedes irte —solté un gruñido en voz baja. Me imaginé la cara de confusión que Joseph pudo haber puesto—. He visto tus tentadores ojos, no me hagas perder más y vete. 

Era tan lamentable... No podía creerlo, no habían pasado ni cinco minutos desde que había dicho que iba a alejarme de él y ya estaba soltando ese tipo de comentarios.

Escuché sus pasos acercarse a mí, y yo cada vez más me encogía sobre la cama, haciéndome terriblemente pequeño, perdiendo las fuerzas para sostener por más tiempo el cobertor, pero Joseph muy inteligentemente se metió debajo del cobertor por el hueco que había dejado sin ningún cuidado por donde estaban mis pies, sobresaltado quite mi pose fetal, estirándome por completo y soltando el agarre del cobertor, el pelinegro sonrió victorioso, y, cuando estuvo a mi altura —dejando todo su cuerpo arriba del mío— me dió un corto beso en los labios.

—En realidad el que perdió fui yo, vine a buscarte antes de que me buscases a mí —se volvió a acercar en mis labios y sonrió en ellos—, no soportaba tu ausencia en el instituto. 

Me ardía la cara por la vergonzosa posición en la que estábamos, sentía que me quedaba sin aire debido a su olor que se impregnaba por todos lados y por las palabras que acababa de soltar que me hacían creer muy lastimosamente que quizás él si podía tener algún sentimiento real por mí. Al fin y al cabo yo seguía siendo el perdedor que quería creer muy tontamente en él, aún sabiendo que yo tan sólo le servía para un rato de diversión y cuando se aburriera de mí me botaría. 

El ojiazul iba a besarme una vez más, pero no se lo permití, giré mi cabeza a la izquierda, Joseph hizo una mueca.

—¿Cómo entraste? 

Joseph me sonrió socarrón. Ya sabía que su respuesta iba a ser: "por la puerta." 

Rodé los ojos. 

Fría Perfección. (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora