Amargo.

32 2 0
                                    

Cascarón vacío II.

No sabía exactamente cuanto tiempo había pasado en estas cuatro paredes que tenían un color desconocido para mí porque Koenning nunca prendía las luces, según él tenía una razón para ello, pero la verdad es que no se me ocurría ninguna, tan sólo llegué a pensar que era para que fuera perdiendo la razón poco a poco hasta quedar completamente loco, lo que me había llevado a pensar eso es lo siguiente; oscuridad, no interacción con nadie ni nada, estaba amarrado todo el tiempo, no podía salir de la cama más que para ir al baño, no había ni un solo ruido que me pudiera servir de pista para averiguar si esto era real o era un sueño. 

Mientras tenía cordura no pude evitar pensar que todos habían pasado por esta situación, todos habían sido violados una y otra vez, todos tenían que estar en esta misma habitación y lo más probable es que hayan estado aquí durante un largo tiempo, hasta que sus neuronas explotaron porque la soledad es lo más asfixiante aquí, y por eso, por eso es que todos se convirtieron en los fieles seguidores de Koenning, porque él era su única conexión con la realidad y con la interacción social. Tenía que escribir esto en algún lugar, sentía la necesidad de hacerlo, porque sino, sería demasiado tarde y yo me convertiría en otra de las creaciones de este hombre. Comencé a pensar en todas las charlas que él me había dado, todas llenas de "filosofía", todo era parte de su plan, quería hacerme odiar a todos, quería que comenzará a tener sus pensamientos para posteriormente sentirme identificado con él y no poder confiar en nadie más. 

Esa era mi conclusión. Pero no podía afirmar nada. Tan sólo intentaba quedarme lo más consciente posible. Me atrevo a poner una analogía; cuando recién consumes una droga o  alcohol y no quieres que te haga efecto, luchas con tu mente para mantenerte consciente de tu realidad, para no ponerte borracho o drogado. Así me sentía. No quería perder mis auténticos pensamientos. 

Pero ya había perdido varios, lamentablemente mi inteligencia no iba a ser de más ayuda. 

Había ocasiones en las que Koenning no hacía presencia durante un buen tiempo para posteriormente visitar ese cuarto con bastante frecuencia, me sentía como a un perro al que intentaban comprar por medio de condicionamiento; ponerme triste cuando se va mi dueño y por el contrario, alegrarme cuando mi dueño me presta atención.

Desde que pensé en su modus operandi comencé a armar un plan para poder hacer mis anotaciones en algún lugar y según mi poca cordura restante tenía que aplicarlo lo más pronto posible, ya podía ser creíble lo que tenía en mente. Justamente había pasado el tiempo en el que Koenning no aparecía, esta era la quinta vez que sucedía. Cuando Koenning volviera a la habitación iba a ser su turno de caer. 

Habían pasado quizás unas 3 horas hasta que por fin apareció aquel hombre. Al verme ensanchó una sonrisa prepotente, disfrutando de la vista de tener a alguien que era su propiedad. 

— Pero que mala cara tienes el día de hoy, ¿me extrañaste, mi querido juguete?

Lo miré con desgana, poniendo mi mayor sentimiento de tristeza.

Koenning arqueó una ceja, quizás medio desconfiado al ver que mostraba otro sentimiento que no fuera enojo. 

— ¿Por qué de repente desapareces? —pregunté en un susurro que pretendía sonar cansado. 

El hombre me miró desconfiado. Koenning no se estaba tragando mi teatro, pero tenía que lograrlo, era mi única oportunidad.

— Ohh, ¿estabas triste? Perdón gatito, te prestaré más atención. 

Fría Perfección. (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora