El maldito destino.

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Las lágrimas continuaban con el mismo camino que siempre, siguiéndose las unas a las otras. 

—Vámonos —escuché la voz de Iker—, no pueden verte aquí.

Su voz sonaba amable como siempre, pero se podía notar algo diferente en ella, quizás era molestia o incomodidad por tener que "consolar" al hermanito de su amigo. Hasta yo lo sentía por él, pero no podía evitarlo, me había caído de golpe todo lo que había escuchado.

—Puedo irme a casa —respiré profundo, intentando controlar las convulsiones de mi cuerpo debido al llanto.

Intenté levantarme del suelo, pero no pude, mis piernas temblaban violentamente, ni siquiera sentía fuerza en alguna parte de mi cuerpo.

Sentí como los brazos de Iker me rodearon para poder cargarme. No dije nada ni hice ningún movimiento, no tenía ganas —mucho menos fuerzas— para oponerme, tan sólo dejé que me llevase a donde él quisiese.
Luego de un pequeño rato sentí como me soltaba lentamente de modo que quedará sentado en una típica banca de algún parque.

—Las cosas con tu hermano siempre han sido igual —comenzó a hablar—, llevo un montón de años conociéndolo y aunque creas que es malo, en realidad no es así… no del todo.

"No del todo" casi me echaba a reír, Iker quería justificar de algún modo las acciones de Nath, pero sabía que no podía, no podía decirme más de lo que yo ya sabía y suponía que tampoco tenía muchas formas de defenderlo.

—Joseph ha estado enamorado de tu hermano desde hace ya un buen tiempo —se rascó la nuca incómodo— y él bien sabe que sólo puede llamar su atención portándose mal.

¿Qué clase de gente enferma eran todos ellos? Los comportamientos de ellos eran extraños, no importaba como lo viese, todos eran muy parecidos, todos tenían una personalidad muy parecida, todos estallaban de la nada y también eran muy amables de la nada, no había un punto intermedio sus personalidades eran muy extremistas.

—¿Por qué son tan iguales? ¿por qué tú, Joseph, mi hermano e incluso Toru se parecen?

El rubio parecía no entender que era lo que le estaba preguntando.

—Deja de investigar acerca de nosotros —la pizca de su amabilidad nunca desaparecía, pero su voz había sonado un poco ruda— si no quieres causarle problemas a Nath y lastimar a Joseph, aléjate de todos nosotros.

¡Y dale con lo mismo! ¿por qué tenía que alejarme de todos?

—La verdad —suspiró y cerró los ojos— hay algo extraño.

No me digas… rodé los ojos.

—Es la primera vez que Joseph intenta darle celos a Nath.

Arqueé una ceja. No lo creía de esa forma, por lo que pude escuchar, el ojiazul había hecho de todo para ser "castigado" por mí hermano, ¿era masoquista?

—¿Será porqué eres su hermano?

Me examinó detenidamente.

—No se parecen demasiado.

¡Genial! A parte de raros ¡también hablaban solos! ¿Qué más faltaba que estos extraños hombres me mostrasen?
En ocasiones sentía como habían dicho un par de cosas sin siquiera darse cuenta de que yo los estaba escuchando y con ello me daban unas ciertas pistas de qué diablos era todo lo que pasaba, pero nada era concreto, eso o yo era un sujeto sin neuronas.

—¿Y sí continuó investigandolos?

Me miró de reojo, no parecía haberle gustado mucho la pregunta. Y por supuesto tampoco pensaba responderla.

Fría Perfección. (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora