♡ u n o ♡

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En general, el primer día de clases es el más emocionante.

Te encuentras una vez más con los compañeros y amigos que no viste durante las vacaciones, los profesores que odias, los que te agradan. Claro, exceptuando a las personas que se mudan lejos de su ciudad natal para ir a una totalmente desconocido; con gente desconocida, lugares desconocidos.

Como Sebastian, por ejemplo.

Sus padres decidieron trasladarse gracias a cuestiones referentes al trabajo. Algo normal, puede suceder en cualquier otra familia. Y a él no le molestaba, más bien, le encantaba la idea de alejarse del lugar que concurrió sus diecisiete años de vida. Le agradaba lo nuevo, renovarse constantemente, sentirse limpio y libre siempre.

La mudanza no era un problema, quizás sí lo era el hecho de asistir a una nueva escuela. No tenía buenas habilidades haciendo amigos, no era lo suficientemente sociable. Sumando, también, su tremendo desapego emocional hacia las personas.

Es necesario mencionar sus atributos de joven apuesto y adinerado (según estereotipos, creados por gente igual de estereotipada); alto, con un sedoso cabello azabache y de hermoso rostro. Y es la misma razón que le imposibilita hacer verdaderos amigos. Algo contradictorio, ¿no es así? Su belleza era una virtud que traía una desventaja. Al menos, en él, era más bien intimidante. Además de ser elegante y básicamente perfecto, podía llegar a impresionar... demasiado, a decir verdad.

Ese era el caso de Sebastian, quien caminaba por el corredor del instituto, recibiendo miradas de las pocas personas que se cruzaba. 

De todas formas, no se inmutó y tampoco prestó atención a aquello. Estaba más preocupado por encontrar su respectivo salón de clases, mientras repetía «aula 2-B, aula 2-B, aula 2-B» para sí mismo; sin confiar siquiera un poco en su memoria. 

«¡Bingo, fue lo que pensó al hallarla por fin.

Apenas entró, su mirada se centró en la única persona que estaba dentro. Era de esperarse, ya que faltaban al menos treinta y cinco minutos para que comenzara la primera clase. Prefirió llegar temprano antes que tarde, para evitar cualquier situación irregular.

Lo que captó cada pizca de su interés, fue cómo se veía. 

Gracias a los pocos caracteres sexuales que mostraba, pudo descifrar que se trataba de un muchacho. Un joven de grandes ojos azules, el cabello corto y negro-azulado, facciones semejantes a las de una niña. Más su forma de vestir, claro está. Unos lindos jeans celeste pastel, combinando de una manera perfecta con su sudadera color rosa pálido y zapatillas converse del mismo color. 

La suma de aquellas facultades, le daban una apariencia etérea; completamente angelical y sublime. Indescriptible.   

Sus pies colgaban de la silla y se balanceaban de manera sutil por debajo de la mesa, donde estaban apoyados los proximales de su mano, mientras jugueteaba con su móvil. 

Por alguna razón, sintió la necesidad de saber por qué su mirada no se apartaba de aquel aparato. ¿Tan importante era lo que estaba haciendo? 

Decidió sentarse en el asiento de al lado, con el afán de poder estar cerca de él. Sin saber realmente por qué. 

En el silencio que reinaba el lugar, los únicos sonidos que llenaban el aire, eran los que provocaban el teclear de aquel chico en su teléfono. Y una interminable melodía pegajosa, de corta duración e iterativa. Totalmente estresante. 

Su tolerancia se acabó, luego de diez minutos escuchando la misma canción. 

—¿Se puede saber qué clase de juego estás jugando, que tiene una música tan repetitiva? 

Después de pronunciar esas palabras tan impacientes, el joven de mirada azulina elevó un poco su celular, dejando a la vista su pantalla. Con ello, el peculiar juego. 

Mostraba en un extremo un guardarropa lleno de prendas, accesorios y zapatos, que rotaban cada vez que apretabas la flecha a su costado. Del otro lado, el dibujo de una mujer en ropa interior, a la cual colocarle la susodicha ropa.

El típico juego de niña, para vestir. 

—¿Quieres jugar? —preguntó, la apatía presente en su voz. 

—¿Por qué querría hacerlo? —Sus cejas se juntaron, frunciendo el ceño en señal de confusión, al preguntar eso—. Además, ¿no es ese un juego de chicas? 

—Ciertamente, lo es —dijo, tras encogerse de hombros—. ¿Está mal que lo juegue? 

—No, para nada —respondió, sin pensarlo dos veces—. Sólo que, es algo... 

—¿Raro? —completó, soltando un suspiro—. Sí, me lo han dicho en varias ocasiones. 

Aquello era la absoluta verdad, su vida siempre estuvo atiborrada de los comentarios negativos —y machistas— al respecto, en especial de sus padres. Uno más, no le hacía daño. 

Bueno, eso no es lo que decía la expresión que adornaba su cara, de despecho. 

—Uh, no —quiso refutar, sin encontrar las palabras adecuadas—. No quise decir eso. 

—Da igual —mencionó, evidenciando lo ofendido que se sintió, apartando la mirada y volviendo a su anterior posición. 

Sebastian contuvo las ganas de golpearse el rostro con la palma de su mano o la frente contra la madera, al percatarse de lo estúpido que había actuado con el chico.

Y el arrepentimiento, le impidió volver a tener el valor de dirigirle la palabra una vez más. 

G(IRL)AMES ✧ sebacielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora