Puede que el baile fuese divertido para muchos, pero luego de estar aproximadamente tres horas bailando en el gimnasio, Ciel estaba hastiado.
El ponche de su vaso se calentó, y le resultaba asqueroso. No le apetecía comer ninguno de los bocadillos, y la música comenzaba a aturdir todos sus sentidos.
Sebastian notó que el humor de su ahora novio decayó rotundamente, por lo que decidió proponerle algo.
—¿Y si nos vamos de aquí, Ciel? —indagó el azabache, recibiendo una mirada confundida por parte del pequeño.
—¿Estás seguro de querer irte? —respondió con otra pregunta.
El mayor asintió con la cabeza, parándose de su lugar. Tomó con delicadeza la mano de Ciel, y se alejaron de la mesa en la que anteriormente estaban sentados.
Prácticamente se escabullieron del lugar, para evitar cualquier reproche por parte de sus amigos, puesto que los estaban dejando atrás.
Luego de salir de la escuela, el sonido de la música se oía lejano y las luces ya no dañaban sus ojos. Ciel suspiró.
—¿Y qué haremos ahora? —quiso saber, cuando subieron al automóvil.
—Vamos a mi casa —propuso, obteniendo una mirada de desaprobación por parte de Ciel—. Mi madre no está.
Tras mencionar aquello, el ojizarco aceptó; claramente no quería ver a su madre. De esa forma, estuvieron frente a la casa de Sebastian en menos de quince minutos.
No obstante, tenían un nuevo problema. Si era sabido que la madre de Sebastian no estaba dentro, también el hecho de que las puertas estaban cerradas. Y el idiota –según Ciel– de Sebastian, no tenía las llaves para entrar.
—¿Cómo pretendes entrar, genio? —se burló el menor, cruzándose de brazos.
—Por ahí —contestó, señalando la terraza que daba al ventanal de su habitación; el cual, para su buena suerte, estaba abierto.
—Estás bromeando, ¿cierto?
Al ver el serio rostro de su amante, supo que no era así. No tuvo otra opción más que resignarse, a probablemente a morir en el intento de entrar a la casa.
Ambos analizaron la situación, y llegaron a una única conclusión: debían escalar el árbol, y de ahí llegarían a la terraza. No era algo imposible, al menos no para Sebastian.
Pero, para Ciel parecía imposible y totalmente arriesgado. Sin embargo, el de ojos carmines prometió ayudarlo y no dejarlo caer al suelo.
Con desconfianza, apoyó sus manos y pies –ahora descalzos, siendo imposible hacer algo así con zapatos puestos– en la corteza del árbol. Las manos de Sebastian se posaron en su cintura, y lo ayudó a subir los primeros dos metros. Luego de eso, tuvo que sostenerse de una rama y tratando de no cerrar los ojos, alcanzar la superficie de la terraza.
El alivio recorrió su cuerpo al ver que logró subir, y miró hacia abajo. Sebastian le sonreía, como si estuviera orgulloso de aquello. Le devolvió la sonrisa, pues él también lo estaba.
El segundo chico repitió las acciones del primero con mucha más facilidad, estando a su lado en pocos segundos.
A Ciel le fue imposible contener la risa, al ver que Sebastian tenía unas cuantas hojas en su perfectamente acomodado cabello. Este último lo observó confundido, sin entender a qué se debía aquello.
Se percató apenas miró su reflejo en la ventana, por más que estuviese riendo junto a Ciel antes de darse cuenta.
Las risas terminaron invadiendo la habitación de Sebastian, una vez que pudieron entrar.
No se molestaron en encender las luces, ya que la luz de la luna les parecía suficiente.
Sebastian creía que la luna estaba a favor de Ciel, debido a que lo hacía lucir aún más hermoso. Acentuaba su belleza.
Quizás era su imaginación, pero juraba que en ese momento su cabello parecía más sedoso. Su piel más blanca, sus ojos más brillantes y sus labios más tentadores.
No lo pensó dos veces, ya que antes de razonarlo estaba besando al menor. Con una de sus manos acariciando su mejilla, y las de Ciel enredándose en su cabello.
Y no hacía falta decirlo en voz alta, pero ambos sabían que pasaría esa noche. Así como los dos querían que pasara.
Tampoco aceptarían que tal vez lo esperaban hace tiempo, por lo que se mantuvieron en silencio. Mientras el vestido rosado se deslizaba por la cabeza de Ciel, y poco después Sebastian se despojaba lentamente de sus ropas.
Admirarse mutuamente no era algo de lo que se estuviesen privando, mucho menos de volver a unir sus labios una y otra vez en húmedos besos, llenos de pasión y dulzura.
Sebastian se sentó sobre el colchón, y Ciel aceptó la invitación a sentarse sobre él. Además de ser una posición algo sugerente, permitía que se vieran sin ninguna dificultad a la cara.
Podían apreciar la creciente lujuria en la mirada del otro, y tocar con libertad la piel del contrario. Sus labios no querían despegarse, hasta el momento en que Sebastian dirigió los suyos hasta el cuello de su novio.
Se intoxicó con el aroma suave de su perfume, y el sabor impregnado en su piel. Se llenó de aquel amor que Ciel le ofrecía, y que celosamente guardaba incluso a veces para él.
Sus cuerpos hacen fricción, y la cordura lentamente se aleja de sus mentes. Fue entonces cuando lo único que les quedaba de ropa desaparece, y queda en algún lugar de la habitación junto a toda la demás.
Y pasaron unos minutos así, solamente disfrutando el besarse. De vez en cuando sus narices chocaban, y ellos reían, pero eso estaba bien. De alguna u otra forma, los besos dejaron de ser inocentes y eran acompañados por pequeños jadeos.
Sebastian se separó y le sonrió con ternura a su novio, antes de apartar un poco de cabello grisáceo que no estaba en su lugar.
—Te amo —soltó de repente, pasando sus pulgares por las caderas de Ciel. No esperaba una pronta respuesta.
Pasados los minutos y momentos de preparación, Ciel abrió sus ojos a su totalidad por la nueva sensación dentro de él. Un gemido escapó de sus rosados labios.
Al estar arriba, tuvo que empujarse a sí mismo hacia abajo, para luego subir de nuevo y volver a bajar.
Una delgada capa de sudor cubrió su anatomía en poco tiempo, y Sebastian creía que nunca había visto algo más erótico en su vida. Ciel gimiendo para él, algunas marcas en su cuello, labios rojos, pupilas dilatadas. Sin mencionar la expresión que adornaba su bello rostro.
Sebastian, al cambiar el ángulo de sus caderas, provocó un grito con su nombre por parte del otro muchacho. Y así fue cuando supo que encontró algo bueno, el punto que lo hacía ver las estrellas.
La unión entre ambos era tan exquisita, que no tardaron en llegar a la cúspide del placer. Sus pieles estaban cada vez más calientes, y los gemidos agudos de Ciel eran cada vez más altos.
Eso pasó a ser demasiado para Sebastian, quien llegó a su punto límite unas embestidas luego que el jadeante chico que aún seguía sobre él.
El menor se movió débilmente, recostándose al lado de su novio, con sus ojos cerrados y el cuerpo cansado.
—¿Sabes algo? —dijo, luego de un momento regulando su respiración. Sebastian, curioso, le prestó toda su atención—. También te amo.
Sebastian esbozó una sonrisa, plantando un beso sobre la frente de Ciel y atrayéndolo hacia él.
Estaba seguro de que nada lo haría más feliz, que dormir toda la noche abrazado al cuerpo de su novio.
♡♡♡
Perdonen el lemmon tan feo (y cualquier falta por ahí), no tenía mucha inspiración para eso. 😪
Gracias por leer!! <3
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G(IRL)AMES ✧ sebaciel
FanfictionCiel es un chico normal de secundaria al que le gustan los colores pasteles y juegos de vestir, y Sebastian lo encuentra más curioso de lo que debería. En este caso, la curiosidad no lo mata, sino unos labios con gloss que une sus vidas de la forma...