♡ c u a t r o ♡

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Por la tarde, matices de gris colorearon el cielo azul, el viento sopló con fuerza e hizo temblar las ventanas.

Inevitablemente, llovió hasta la noche. Y, al día siguiente, todo el campus y las calles estaban embarradas.

A causa de esto, un irritado Ciel caminaba con mala cara por los pasillos de la escuela.

Su mal humor se notaba a kilómetros, y Sebastian pudo presentir aquello desde el momento en que entró al salón, encontrándose con el ojizarco enchinchado en su pupitre.

—Hola, Ciel —saludó, con su típica y reconfortante sonrisa.

Sonrisa que se borró de su rostro, en cuanto no recibió respuesta por parte del chico. Ciel ni siquiera le dirigió una mirada, pero de todas formas se sentó en su lugar, suspirando.

Luego de un rato en absoluto silencio, Sebastian decidió preguntar:

—¿Qué sucede?

El menor no respondió, lo miró por un momento y después bajó la mirada a sus pies.

Ahí estaba la simiente del problema: en sus pies. O, más bien, en sus lindas zapatillas blancas. Hubiesen estado inmaculadas y limpias, si no fuese por unas pequeñas salpicaduras de barro. Al igual que en sus medias rosa pastel.

El azabache no pudo evitar sonreír, ¿es que este niño se daba maña para ser totalmente adorable? Comenzaba a pensar que sí, se esforzaba por serlo.

—Me molesta cómo quedan las calles luego de que llueve—se quejó, apoyando su codo sobre la mesa. Asimismo, la cara contra su mano—. Ensucian mis cosas limpias, y las vuelven feas. Y a mí me gustan las cosas lindas, Sebastian.

—Con que esto es lo que te traía de mal humor, ¿huh? —indagó, Ciel chasqueó la lengua.

Con un suspiro de resignación, el azabache tomó uno de los pañuelos descartables que traía en la mochila. Seguido a eso, se inclinó hacia adelante y limpió con cuidado las Adidas de Ciel.

—Te tengo a mis pies, Sebastian —se burló, sonriendo de forma traviesa.

—Literalmente —contestó, y ambos rieron.

—Gracias —agradeció, una vez que Sebastian tiró la servilleta—. Pero, ¿por qué te molestaste en limpiarlas?

—Porque era la causa de tu mal humor —respondió, sintiendo un par de zafiros curiosos sobre él—. Y, siendo sincero, me gustas mucho más cuando sonríes.

Apenado ante el comentario inesperado del joven, Ciel no pudo articular palabra alguna. Se sentía tan avergonzado, que el calor no tardó en subir a sus mejillas y delatarlo, transformando su cara en un verdadero tomate.

El profesor entró al aula en ese mismo instante, por lo que no dudó ni un segundo en darse la vuelta y mirar hacia el frente en lo que restó de la clase.

Como todos los días, llegó cierto punto en el que sacó el celular de su bolsillo y se puso a jugar. El mismo juego de siempre.

Estaba muy concentrado en él, como para escuchar el sonido del timbre del receso. Pero no tanto, como para ignorar la aterciopelada voz de Sebastian.

—¿Sabes? Nunca me has dicho cuál es el verdadero fin de jugar a eso.

—Pensé que ya sabías cuál era, es muy sencillo —dijo, mostrando su celular a Sebastian—. Es vestirla bonita, para que vaya a su cita con ese chico.

Al decir eso, señaló el dibujo de un muchacho que estaba junto a la joven, que marcaba el final del juego.

—Oh, ya veo —musitó, haciendo una pequeña pausa—. ¿Tan importante es verse linda para una cita?

—Depende de quién sea —aclaró, desinteresadamente. El azabache sonrió.

—Entonces, si yo te invitara a una cita... ¿Tú le pondrías esmero a tu atuendo, para verte bonito?

Por segunda vez en el día, las mejillas de Ciel se sonrojaron. Pero, segundos después de que la campana nuevamente sonase, dió una respuesta. Corta y en voz baja, que fue lo suficientemente satisfactoria para los oídos de Sebastian:

—Probablemente.

G(IRL)AMES ✧ sebacielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora