♡ d o s ♡

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Al día siguiente, Sebastian sentía vergüenza de mirar al chico de ojos azules.

Se había comportado como un idiota, y dijo algo que realmente no quería decir, ¡ni siquiera lo pensaba! ¿Por qué su gran bocota tenía que arruinar todo? Era lo que se preguntaba.

Con un suspiro pesado se hamacó en la silla, apoyando el respaldo contra la pared que se encontraba detrás de él.

Al menos todavía no había llegado.

«No cantes victoria tan pronto, idiota», le recriminó su mente.

Justo a tiempo, porque en ese mismo instante, el joven hizo acto de presencia en el salón.

Moviendo sus caderas levemente al caminar. Sin una expresión definida en el rostro, con la mochila crema colgando en su hombro y el celular en su mano. 

Le fue imposible ganarse la mirada de todos los chicos y chicas, por lo adorable que se veía; con sus pantalones de mezclilla llenos de parches coloridos pegados en él, apenas remangados y dejando ver sus medias rosadas. Adidas blancas, al igual que su playera estampada.

En ese momento, la cabeza de Sebastian sólo formulaba una simple palabra para describirlo: Hermoso. Y no podría existir una mejor.

Ocupó su pupitre correspondiente, sin dirigirle siquiera la mirada a alguien.

Era evidente: todos le prestaban atención, pero él no le daba importancia a nadie.

El azabache se sintió afortunado, ya que pudo mantener una charla con él el día de ayer. Simultáneamente, se sintió completamente estúpido por echarlo a perder.

Porque sí, probablemente echó a la basura su única oportunidad de volver a hablarle. Pero, estaba decidido a recuperarla.

¿El problema? No sabía cómo. Por lo que se pasó el resto de la clase pensando en ello.

Y la clase que le siguió.

El almuerzo.

La siguiente clase.

El receso.

También otras dos horas más. 

Hasta que, finalmente, sonó el último timbre del día. El de salida.

Y se alarmó cuando vio a todos guardar sus útiles, mucho más cuando el muchacho dejó su celular. Siendo que no reunió las agallas necesarias para poder enfrentar el error que cometió.

¿Que por qué se estaba preocupando por aquel niño, del cual no conocía más que su pasatiempo y apellido (para colmo, éste último, gracias al profesor)? Ni él lo sabía con certeza.

Tampoco sabía por qué rayos se levantó de su lugar, para frenar al ojizarco, quien ahora lo miraba con desconcierto.

—Lo siento —acertó a decir, tras unos segundos de silencio—. Por lo de ayer... Yo... Realmente no quise decir eso.

—Te he dicho que da igual.

Dichas esas palabras, se soltó del agarre de Sebastian, para irse del salón. Le fue imposible, ya que fue detenido una vez más. Ésta vez, por la silueta del chico azabache frente suyo.

—Lo digo en serio, no pienso que sea raro —inquirió de manera apresurada, y el más bajo suspiró con resignación, dispuesto a escucharlo—. Más bien, creo que es adorable.

—¿Adorable? —indagó con incredulidad, siendo la primera vez que escuchaba aquellas palabras para hacer referencia a él—. Es un chiste, ¿cierto?

—No, no lo es —afirmó, negando levemente con la cabeza—. Y, siendo sincero, te ves muy bonito usando eso.

El calor subió a las mejillas del más pequeño, tornándolas de un visible color rojo. Nuevamente, enterneció al mayor.

—¿Gracias? —quiso agradecer, pero pareció más bien una pregunta.

Apenas recordaba lo bien que se sentía ser halagado por alguien más.

—Por cierto... Aún no me has dicho tu nombre —dijo, con un tono sugerente.

—Ciel, mi nombre es Ciel. ¿El tuyo?

—Sebastian.

Ambos se informaron, sin saber que su nombre quedaría grabado en sus memorias, y se repetiría una y otra vez.

Hasta que, uno de ellos interrumpió ese replay de sus mentes.

—Entonces, dime... —habló Sebastian, sonriendo ampliamente—. ¿Puedo jugar contigo, la próxima vez?

—Uhm-hum. —Fue lo que pronunció el menor, a modo de respuesta afirmativa—. Hasta mañana, Sebastian.

—Adiós, Ciel.

Luego de tan corta despedida, cada uno tomó su camino... Y ninguno de los dos fue capaz de borrar la sonrisa que quedó pasmada en sus rostros.

G(IRL)AMES ✧ sebacielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora