♡ d i e z ♡

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Pasando la palma de sus manos sobre su vestido floreado, Ciel se aseguró de que este no estuviera ni un milímetro arrugado. Acomodó un poco su cabello en el reflejo del espejo retrovisor del auto, cuando éste aparcó frente a la casa de su amado. 

—Cuídate mucho, Ciel —se despidió Rachel, regalándole una sonrisa reconfortante a su hijo—. Llámame si necesitas que te recoja. 

—Claro, mamá —contestó, devolviéndole el gesto—. Deséame suerte. 

Tras cerrar la puerta del copiloto, pudo leer lo que los labios de su madre articulaban: "suerte". Inevitablemente, los faroles desaparecieron a lo lejos, dejándolo solo. Frente a la casa de Sebastian, con su corazón latiendo desmesuradamente y sus piernas temblando como nunca lo hicieron. 

Los nervios incrementaban con el paso del tiempo, revolviendo su estómago. Decidió dar unos pasos hacia la puerta de entrada, antes de que su vestido le resultara más horrible y se sintiera aún más despeinado. 

Su dedo estuvo a punto de apretar el botón del timbre pero, unos gritos procedentes del otro lado de la madera, hicieron que se detuviera. No quería irrumpir en un momento inoportuno. 

Sabía perfectamente que estaba mal escuchar conversaciones ajenas, pero no pudo evitar apoyar su oreja contra la superficie dura de la puerta, con la excusa de «tocar en el momento indicado». 

—¿Cuando pretendías contarme? —se escuchó la voz gruesa de una mujer, que parecía estar alterada—. ¿Y qué ha pasado con Abigail, tu ex novia? 

—Es, como tu has dicho, mi ex novia, mamá —aclaró Sebastian, a quien reconoció al instante en que habló—. Ya te lo he dicho, me gusta otra chica. 

—¿Es en serio, Sebastian? ¿Seguirás insistiendo con que es una chica? —preguntó, con notable frustración en las palabras pronunciadas.

— ¿Por qué hablas así de ella? Ni siquiera te has dado el tiempo de conocer... 

—¡Deja de referirte a él, como si fuera "ella"! —vociferó, exaltando al ojizarco, que escuchaba con suma atención la conversación—. Él no es una chica. 

—Biológicamente no lo es. ¿Y? ¿Cuál es el problema? Le gusta vestirse y caracterizarse como una chica. No entiendo cuál es el problema en todo esto.  

Aquello bastó para que Ciel se alejara, sin querer escuchar más. Retrocedió un poco, sintiéndose abrumado. Fueron tantos los recuerdos que pasaron por su cabeza, que lo obligaron a quedarse estático. Al reaccionar, simplemente se sentó en el cordón de la acera, comenzando a preguntarse incoherencias. ¿Debería irse? ¿Llamar a Sebastian? ¿Decirle a su madre, para que vaya a buscarlo? No lo sabía.

Sacó su celular de la pequeña cartera que traía colgada, y abrió la aplicación del juego de niñas que odió desde el momento en que empezó a jugarlo. ¿Por qué él no podía vestirse de esa forma, sin que alguien siempre lo rechazara? ¿Por qué no podía simplemente ser él mismo? ¿Por qué no podía sentirse como lo que él era realmente, un chico? ¿Estaba tan mal querer ser tan lindo como una chica, y usar sus bonitos vestidos y faldas rosados? 

Una lágrima se deslizó por la piel de su mejilla y bajó por su mentón, segundos antes de caer sobre la pantalla de su teléfono. Y luego otra, otra y otra más. No supo en qué momento comenzó a arrugar con frustración la tela de su vestido, o cuándo sus sollozos se volvieron tan dolorosos que ardían en el nudo que se formó en su garganta. 

—¿Ciel? —lo llamó el azabache, confundido—. No pensé que llegarías tan pronto, lo siento. Tuve algunos problemas y... 

Dejó de hablar, al caer en cuenta de que el menor cubría su rostro con las manos. Algunos suspiros entrecortados escapaban de sus labios, a pesar de que los mordiera para evitarlo. Efectivamente, estaba llorando.

Sebastian notó esto, por lo que se sentó a su lado. Lo abrazó por la cintura y, a su vez, Ciel apoyó su cabeza sobre el pecho del más alto, sin contener más el llanto. Su pareja guardó silencio, mientras sobaba con su mano libre la espalda del más pequeño, sin entender la razón por la cual se encontraba en ese estado. 

 —¿T-tú prefieres una c-chica? —indagó de repente, en medio de algunos hipidos, gracias a no haberse dado el tiempo de recuperarse. 

Y es que no pudo evitar preguntar aquello, por más que fuera una pregunta tan obvia. Claramente, Sebastian podía preferir una chica. Todo sería muchísimo más fácil, normal. No tendría que lidiar con problemas como el anterior, discutir con su madre o distanciarse de ella. Y Ciel hubiese podido entrar a su hogar, charlas con la mamá de Sebastian sobre cómo era él de pequeño, le mostrara fotos suyas de bebé y le narrara historias que le darían vergüenza. Pero no, ahora estaban ambos sentados en la asquerosa vereda. 

—Oh, con que era eso —musitó, separándose apenas, para limpiar las lágrimas de las húmedas mejillas de Ciel—. Lo escuchaste todo, ¿no es así? 

Con la vista borrosa, Ciel asintió con la cabeza. ¿De qué le serviría mentirle? Bastante patético se sentía, como para empeorar las cosas. Se forzó a sí mismo a dejar de llorar, y suprimir todos los estúpidos pensamientos de su cabeza. 

—¿S-sabes? Mejor olvídalo —dijo, en medio de un suspiro—. Fue una pregunta estúpida. 

—Sí, realmente lo fue —concordó. Ciel agachó la mirada, sintiéndose aún más idiota. Pero, el dedo de Sebastian levantó su barbilla, conectando de forma inmediata sus miradas—. ¿Y sabes por qué? 

—No, no lo sé —negó—. Dime por qué. 

—Estoy enamorado de ti —confesó, sin más rodeos—. De cada manía tuya, de tu mal humor, de tu cabello corto y tus vestidos largos, del sabor a sandía de tus labios. De todo eso que tú consideras defectos, y que yo veo como algo que te hace aún más hermoso. 

Las lágrimas rodaron una vez más por la cara de Ciel, mientras sus manos se aferraban con fuerza a la camisa de Sebastian, quien estaba totalmente desconcertado; pensando en que había dicho algo malo. 

—¿Tienes alguna habilidad que yo desconozca, para pronunciar las palabras perfectas, en el momento más adecuado? —preguntó después de un momento de silencio, sorbiéndose la nariz.

Ambos chicos rieron, segundos antes de que sus labios se unieran en el más dulce de los besos, que transmitía más de un sentimiento correspondido. Quizás, los planes para esa noche se habían echado a perder. Pero, mientras se besaban, ni siquiera eso les importaba. 

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Hace un par de días, una de mis lectoras me dijo algo parecido a "no respondes ninguno de los comentarios en tus historias". Me disculpo por eso, pero la verdad es que me da bastante vergüenza hacerlo, además de que no sé con exactitud qué contestarles. Esa es la única razón, no porque "el tiempo no me alcance" o porque tenga el ego por las nubes, al contrario. Sólo quería aclararlo.

G(IRL)AMES ✧ sebacielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora