♡ s i e t e ♡

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Ya era la décima vez que Ciel preguntaba a dónde irían, y Sebastian respondía «no te diré, es una sorpresa». Y sólo habían pasado veinte minutos desde que comenzó a conducir.

Una hora después, cuando el sol ya se había ocultado casi por completo, Sebastian finalmente estacionó en un gran playón.

Luego, bajó del vehículo. Rápidamente, dio la vuelta hasta la puerta del copiloto, actuando como un caballero al ayudar a Ciel a bajar. Éste, por supuesto, enrojeció ante aquel gesto.

—¿Dónde estamos? —preguntó con impaciencia, observando a su alrededor.

—Ya verás —respondió el azabache, aumentando la ansiedad de su pequeño acompañante—. Te gustará.

Sin decir otra palabra, se limitó a caminar en dirección a la entrada del lugar; el cual Ciel desconocía, pero lo siguió.

El ojizarco sentía los nervios acumulándose en él, mientras caminaban hacia quién sabe dónde. Y es que entre charlas tontas, sentía cómo se hacían cada vez más próximos.

El dorso de su mano izquierda rozaba con la derecha de Sebastian, quien parecía esmerarse en hacer que eso pasara.

Los cabellos se le pusieron de punta, en cuanto sintió el agarre tímido del mayor. Sin poder resistirse a tal cosa, estiró sus dedos en busca de más contacto y los entrelazó. En ese preciso instante, descubrió cuánta calidez podía encontrar en un simple toque de manos. Para Sebastian, era imposible no acariciar la suave piel del menor con su pulgar.

El silencio predominó entre ellos, pero no uno incómodo. Al contrario, disfrutaron aún más de la compañía mutua que les resultaba tan agradable. 

No se soltaron hasta que llegaron a la entrada de aquel lugar, el cual Ciel quería descifrar. No obstante, lo único que podía llegar a divisar eran algunos reflejos de colores. 

Pero, en cuanto estuvieron más cerca, Ciel lo supo: era agua. Iluminada por luces de distintos matices; rojo, verde, azul, naranja, violeta. En forma de fuentes diversas y arcos gigantes, por donde las personas podían pasar debajo.

Eran circuitos mágicos a la vista, mucho más cuando oscureció por completo. 

Volteó hacia Sebastian, mostrándole una de sus más radiantes sonrisas, que decía lo más obvio de todo esto: le fascinaba. Ésta vez, tiró del brazo de Sebastian hacia abajo, para poder alcanzar su mejilla y plantar un dulce beso allí. El mayor se sorprendió, sin embargo, lo fingió rápidamente y sonrió de igual forma. 

—Tenías razón, me gusta.

—Y te gustará mucho más cuando lo recorramos —informó, prácticamente arrastrándolo para comenzar a hacer lo anterior dicho. 

Así lo hicieron, recorrieron cada uno de los senderos que pasaban por al lado de las fuentes. Y el menor utilizó su celular para algo más que para jugar con aquella aplicación que tanto le gustaba, tomó más fotos de las que tenía de toda su vida. 

Fotos del lugar, fotos suyas tomadas por Sebastian, fotos de Sebastian tomadas por él, fotos de ambos. Pero, siempre sonrientes. 

Llegado el arco de luces más extenso y vacío, decidieron parar a observar con más detenimiento. Todo estaba bien, hasta que Sebastian decidió cometer uno de los errores más grandes de su vida:

Mojar el cabello de Ciel. 

—¿Te das cuenta de qué tan grave es lo que hiciste? —indagó, pasándose una de sus manos por el cabello mojado por culpa del mayor.

El azabache sólo rió por el fallido empeño de Ciel por parecer enojado, siendo que estaba aguantando vanamente las ganas de reír junto a él. 

G(IRL)AMES ✧ sebacielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora